http://www.blogger.com/

viernes, 17 de febrero de 2012

ÚLTIMO ENTRENAMIENTO

14 de febrero de 2012    

     Apenas me quedan dos hojas de mi libreta nº 41. El pensamiento se me ha enredado tanto últimamente que consideré que me sentaría bien dedicarlas a repetir el último entrenamiento de mi 5ª Maratoimitja, cuya reseña nunca terminé. Por eso este martes fui a Hoya. Además, me urgía comprobar si todavía soy capaz de subir esas rampas, antes de enfrentarlas con la peña dentro de dos semanas. Llegará un día en el que ya no podré.
     Aquella mañana -recordaba-, la del último entrenamiento, en algún momento durante la ruta, acabé de expulsar las flemas que durante meses habían obstruido mi pecho. Hubo un “antes” y un “después” de aquella pedalada, como ahora deseo que suceda cada vez que salgo.
     Anoche busqué ese cuaderno, comprado en Nairobi al bajar del Kilimanjaro.

6 de mayo de 2009 (Perdido cumple 5 años)

ÚLTIMO ENTRENAMIENTO



     Ayer salí a hacer el último entrenamiento por la Sierra Madre Calderona, a la que me encomiendo antes y después de cada viaje, de cada curso, de cada reto. Sin haberlo programado, fui a parar a la ruta de Hoya, cómo no, la primera, la más repetida. Basta con cronometrarla para saber cómo me encuentro.

     Hace más de un año que no encaraba sus cuestas. Iba despacio, pero sólo he echado pie a tierra en una ocasión. En una excursión mi hermano comentó: “¡Estas rampas en bici deben de picar!”. Mi compañero del alma se reía y me esperaba arriba “quejándose”: “¡Pilarín, esto no es iniciación!”. Los primeros años, si me caía, bajaba e iniciaba de nuevo el ascenso, hasta que conseguía subir de un tirón. Hoy no me siento con ánimos; además, las he coronado ya cientos de veces.

     Ayer me apetecía ampliar la ruta básica del librito de Coscollà, ya que después de la MIM tardaré unas semanas en recuperar el pico de forma. Así que en lugar de bajar a la carretera pasado Marines, decidí continuar hacia los molinos de Gátova por el Rincón de Juan Leña.
     Al llegar a Olocau me di cuenta de que iba “narrando el mundo”, como de pequeña, como en los viajes a solas con Camino, en las carreras o en las ascensiones largas cuando todos callamos. La gente me pregunta si no me aburro; a mí se me pasa el tiempo volando.


Olocau

     Este martes he seguido el rutómetro hasta llegar al asfalto. Pero en lugar de regresar, he subido a Gátova. Hacía el viento anunciado, con lo cual se me han pasado los remordimientos por no haber salido con la de carretera. He puesto el plato pequeño -¡en asfalto!- para no forzar. En este sentido el recorrido es más suave, pues no volveremos a tocar tierra hasta pasados los molinos. De camino a La Jabonera -cuando ya no quedaba más remedio que terminar lo empezado- he vuelto a reparar en los almendros en flor. Otros años ha habido meses de diferencia entre la floración abajo (en Olocau o en Llíria) y en los pueblos más altos (Alcublas, Gátova...) Este invierno se debaten entre echar hoja o helarse, pues el atípico calor que hizo hasta finales de enero les engañó y despertaron prematuramente. Me detendría a regalarle una ramita a Camino -¡porque a pesar de todo estamos aquí!- y otra para mis trenzas; pero se nos van a volar enseguida.


     Al pasar por Tristán he recordado el sábado con la peña, con el pulsómetro a estallar; he sonreído al rememorar la primera vez que conseguí pedalear hasta aquí: llevaba una empanadilla del horno del pueblo para celebrarlo, saboreando el sol y el esfuerzo, con la ingenua esperanza de ver aparecer en un recodo a María La Calderona.

      Recordé la primera vez que descubrí Olocau, la sonrisa sorprendida al vislumbrar Hoya desde el Collado de las Lumbres, abrigándome para el descenso. Comprobé con satisfacción que la vista imponente del Castillo del Real desde distintos puntos de la pista y el color “verde Calderona” no han dejado de impresionarme y reconfortarme.


Castillo del Real


     Bajando del Poll se ha puesto a chispear, han descendido las temperaturas y han empezado a congelárseme las manos. No obstante, rodaba tranquila. Algo debe de quedar de tantos años de “fondo”. Cada vez disfruto más saliendo en compañía; pero no quisiera perder la capacidad de gozar sola una ruta o un viaje, de enfrentar un día aciago en la Montaña. Siempre he pensado que esto te curte para otros trances de la Vida. Aunque en estos tiempos dudo de todo, hasta de mí mísma (o quizá precisamente por eso dudo de todo): me vine abajo, me decepcioné tanto como me decepcionaron...

     Subí a la bici llorando, o queriendo llorar, porque las “chicas fuertes” están tan acostumbradas a que no les esté permitido, que raras veces las sorprende uno haciéndolo tras las gafas de sol o al otro lado de la cama. Las “chicas fuertes” tampoco pueden cansarse, nunca se retiran, se las reprende si alguna noche llegan tan agotadas que se acurrucarían en un abrazo. ¡Las “chicas fuertes” están ahí para otra cosa! Mentiría si dijera que no sabía por qué deseaba llorar. Las “chicas fuertes” no dudan, saben siempre lo que hay que hacer y, por supuesto, cuentan con las fuerzas necesarias para hacerlo.
      Así será también esta vez. ¡Todo pasó!

     A continuación formulaba con crudeza mis temores, como un exorcismo que no funcionó:
     Tenía miedo de volver a pasar por una separación. Más que al valor de tomar la decisión, temía que me decepcionaran, el descrédito que sigue luego, la desesperanza, el alejamiento y la soledad con que otras veces he reaccionado (…) Los manuales advierten que es peligroso tratar de encontrar una persona que se parezca a la que hemos perdido; por eso, entre otras cosas, hay que guardar el luto. En mi caso lo que temo es que todos los hombres sean en el fondo celosos y posesivos, que ninguno vaya a ofrecerme firmeza, madurez, que todos se rijan, efectivamente, por su líbido en la relación conmigo. Temo pasarme la Vida repitiendo este esquema (…) “Casi un objeto” –murmuro, recordando el título que le tomé prestado a Saramago.

     Recuerdo a Ayla y su maldición inexorable. Pronto llegará la primavera y empezaré el tercer volumen (uno por año, que literariamente “no están muy allá”) Un amigo me ha adelantado que sigue apareciendo Jondalar. ¡Cuánto me alegro! Ayla, con su ardua lucha por Vivir, consigue finalmente vencer la maldición. Vuelvo a envidiar sus fuerzas y su suerte.
     Me lo dijo cuando nos separamos, como si me echara un mal de ojo: que todos los hombres querrían lo mismo (qué me creía yo, que he leído más novelas que Don Quijote), que nadie me querría como él (en ese punto de la discusión yo respondía entre carcajadas que hay amores que matan y yo no me quería morir todavía), que me seguiría queriendo cuando envejeciera, cuando enfermara (¡para mí eso entonces quedaba lejísimos!), que quería que yo fuera su familia, que me ofrecía todo cuanto tenía: eso no lo hace nadie (qué me creía yo)... Reconozco que durante estos años he tenido que darle la razón, manquemepese. Cuando me encuentro fuerte añado: “de momento, porque también en este punto pienso torcerle el brazo al destino”. Debí pecar de hibris aquella primavera.

     Quería llorar de satisfacción porque mi capacidad de apreciar la belleza del mundo sigue intacta; porque en estos meses he descubierto y redescubierto gente honesta, sensible, valiente; porque entre todos y tú, Sierra Madre, va ser que sí, que a los 40 todavía tengo fuerzas para elegir con convicción la Vida en la que creo. ¡Pero cuánto me ha costado esta vez! ¡Tanto que me he dado miedo a mí mísma! La conformación, el autoengaño, la degradación de la Vida... Quería llorar para que supierais que yo también lloro. Desearía que alguien me asegurara que no me volverán a hacer daño. Pero eso sólo puedo prometérmelo yo misma.
ENTRE ELEGIR UNA VIDA DIGNA O NO
NO HAY ELECCIÓN POSIBLE

     Por eso me fui, renuncié al lugar donde me habría gustado vivir y a un hombre que habría estado siempre a mi lado (aunque no supiera estar). Meses más tarde, cuando no pude burlar los derroteros del absurdo, pensé en volver: puestos a no llevar una Vida digna, que fuera en las mejores condiciones posibles. Le contaría todo, para que se riera de mí, para que alguien al menos riera y así tuviera algún sentido lo que estaba viviendo.

     Estas semanas hay ratos en los que sorprendo alguna lágrima resbaladiza, silenciosa, rodando por mis mejillas. He de confesar que ya no soy una “chica fuerte”; en realidad nunca lo fui, mi único secreto es la constancia y la entrega completa por lo que quiero (sí, yo todavía hago esas cosas) No soy un personaje, como Ayla; sólo soy un Ser Humano, hace mucho que ésa es mi máxima aspiración.

     No había vuelto a llorar desde que me marché a Asturias y acabaron los ataques de ansiedad. Pero este llanto es muy distinto. Lo dejo caer serenamente, como la llovizna que se consolida al llegar a la Gota. Se está derritiendo el glaciar. Es que el año pasado para mí no hubo primavera; quizá el río baje crecido. ¡Ojalá hubiera un cálido abrazo que lo acortara, con lo friolera que yo soy! Pero debo tener calma, dejar fluir la estación; de lo contrario, no seré más que una muchacha vulnerable que rueda por la Sierra necesitada de cariño.

     ¡Me da miedo la necesidad que ahora tengo de cariño! Temo precipitarme en decisiones que otra vez resulten erróneas- le confesé a mí "ex", una de las últimas veces que le escribí, unas semanas antes del último entrenamiento- (...) Por esta vía he recibido muy poco amor. Las pocas parejas que he tenido se acercaron a mí por un atractivo físico que no creo poseer o por el efímero estímulo que supone la rareza. Tomaron mi fuerza como excusa para obviar cualquier delicadeza o proximidad de otro tipo conmigo; no hay que preocuparse por alguien que tuvo que aprender a apañárselas desde pequeñita (...) Ni siquiera llegaron a conocerme. Me pregunto si alguna vez me enamoraré de alguien que me quiera de veras. Me temo que no.

      ¡Ja, ja, ja, será que hoy es San Calentín! La semana que viene ya vendremos a buscar la primavera.

     Para pasar de Olocau al Portixol (que es el sentido que describe Coscollà) me perdí varias veces, por eso tardé meses en llegar a Tristán. Hasta que descubrí que el error estribaba en que la entrada als Puntals ya no era de tierra (como cuando se escribió el librito) sino que había sido asfaltada, como tantos otros caminos de la Sierra Madre. Hoy -en sentido inverso- aligero para evitar la lluvia, voy reconociendo los cruces sin dudar.

 
      Cuando pedaleo el mundo se ordena. Lo percibo con nitidez, al igual que mis músculos, mi mente, mis sentimientos.
     “Narrando” llegué sin acusar el esfuerzo al cruce con la senda que baja a Marines. A la izquierda, justo antes de alcanzarlo, se encuentra el único bosquecillo de alcornoques que sobrevive en la Sierra Calderona (si Paco Benedito no conoce otro, es que no lo hay)...

     En este punto se interrumpe bruscamente la reseña. Recuerdo que a partir de ese día, de aquel cruce, no volvió a enredárseme el pensamiento. Las siguientes rutas se llenaron de nuevas ilusiones, de nombres y argumentos distintos, de sonrisas en lugar de lágrimas resbaladizas. Acudí limpia, libre a la Maratoimitja; corrí ligera, a gusto hasta el podium.
     Pasaron meses antes de que volviera a escribir en mi libreta (¿Acaso no quería ver?). La siguiente frase está fechada el 17 de julio de 2009, al regreso de la semana tresmilera de aquel verano:
PONER UNA VELA A LA VIRGEN DE LOS CAMINOS
EN LUGAR DE A LA DE LOS IMPOSIBLES
     Son casi las tres de la tarde cuando llego a Olocau. Me sorprendo al mirar el reloj, pues no me siento cansada. ¡Se me ha pasado la mañana volando! He almorzado bien y empiezo a recuperar la forma, puedo contener un rato la hambruna: estiro debidamente, paro en la gasolinera de Bétera para limpiar a Camino. Ya en casa, celebro la ocasión con unas chuletitas y media copita de vino (es el primer “homenaje” que mi estómago me permite desde antes de Navidad) ¡Ojalá la salud me dé una tregua que alcance para encender esa vela!

Procesador de trayecto: 40 km, 1050 m ascenso acumulado, 3h30’.
Tracks: en construcción
    

No hay comentarios:

Publicar un comentario

http://www.blogger.com/