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jueves, 2 de mayo de 2013

LA COMPAÑÍA


Era la primera vez que me pedían que fuese acompañada. A mí, que siempre he sostenido que más vale ir solo que no ir, que la mayor parte de mi Vida he acudido sola (o soltera, tuviera pareja o no) a todas partes (como las niñas malas), que fui en bicicleta a sacarme las muelas del juicio y a los traumatólogos que no me trataron una tendinitis rotuliana...

Me puse a temblar de nervios. ¡Ahora sí que me cago! ¡Menos mal que acababa de rogarle a la enfermera que fuese todo cuanto antes, que ya no aguanto más la maldita dieta, los amaneceres sin café, las salidas sin cerveza -sintiéndome siempre “la enferma”-, las madrugadas en vilo! Me vine abajo: otro achaque de la edad.

Apenas unas horas después había de sentirme una privilegiada: sólo hizo falta comentarlo para que los dos me dijeran que sí. Pues claro que vendrían. ¡Y se obstinaron en ser mis acompañantes los dos! El viernes pasado atravesé Viveros flanqueada por los hombros firmes sobre los en quedarme dormida. “¡Con la gente tan enferma que habrá aquí y nadie estará tan bien acompañado como yo, que vengo por una tontería!” -me emocioné al entrar en la Quirón. Hasta lloramos de risa en la sala de espera.

Fue la primera vez que la anestesia me hizo perder la consciencia. Al terminar, el médico les llamó para explicarles las pautas a seguir, porque durante una horas yo no estaría muy lúcida, de hecho tuvieron que repetirme algunas instrucciones varias veces, porque al ratito las olvidaba. ¡Santa paciencia!

Los amigos -dediqué unos minutos a la memoria de “mi padre”- ésos que, según él auguraba a gritos durante mi adolescencia, nunca me habían querido por "bicho raro" y me abandonarían a la primera de cambio. Era a él a quien debía querer más que a nadie, cuestión de sangre.

¡Cuántas soledades he sentido, pero nunca estando al lado de mis AMIGOS!

“Tengo que obedecer a mi madre -objetó Kike cuando le animé a salir por la noche-: me ha dicho que debo estar contigo”. Desde pequeña he distinguido fácilmente a los padres generosos de los egoístas. Mi madre también me alienta siempre a ayudar a Kike. Los padres generosos, los que quieren a sus hijos, desean que estén allí donde les tratan bien. (Claro, que nunca falta quien confunde “querer” con “poseer”)
Entre idas y venidas, me acuerdo de mi amigo Paco. Aquellos meses de primavera y verano -¡pese a la profunda tristeza de la lesión y las crisis de ansiedad!- fueron los últimos que me senté a la mesa sin reparo, los únicos desde las cagaleras de hace tres años que comí sin pensar cómo me sentaría cada bocado. Me alegro de haberlos compartido. Recreo con complacencia los ratos en la cocina de El Pedregal (quizá mis últimos platos "elaborados", a base de verduras), los carajillos de Bailey's con nata en las terrazas de Oviedo o al pie de su ruta favorita, la sidra escancidada junto a una hoguera en el prado, los platos de pulpo à feira a la luz de las farolas de Ponte de Lima, una ciudad idílica para pasear al anochecer...

Se me hace dura la dieta, me pone nerviosa tener tantas citas médicas anotadas en mi agenda, a ratos empiezo a desesperarme. Entonces recapacito e intento ser positiva: este invierno caótico ha servido en el mejor de los casos para volver a casa con un pólipo menos, para entender, por fin, qué pasó con mi estómago y con mis músculos (¡aguantaré hasta la última prueba, iré al endocrino, al psicólogo si es necesario!), para que yo aprenda de una vez a cuidarme y recuerde con mayúsculas lo que nunca olvidé: LA AMISTAD, que fue antes que la LITERATURA y el DEPORTE, LA AMISTAD (el AMOR) que es REAL, de ésa que hace COMPAÑÍA.


Madrid 1993
A esos dos que llevan más de 30 años junto a mí. Gracias.
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