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sábado, 20 de abril de 2013

CRONOLOGÍA DEL MILAGRO

Era un milagro llegar a tiempo al primero, así que no pude disfrutar de entretenerme anticipando el segundo, como tanto me gusta hacer. Menos esperaba todavía regresar relativamente entera -lo digo todavía con la boca pequeña, a pocos días de una colonoscopia- física y psicológicamente, tranquila, puede que hasta contenta. ¡Si no fuera porque la abstinencia de café me impide disipar de un plumazo el cansancio!


El 20 de febrero me levanté llorando: me dolía todo el lateral derecho de mi cuerpo, más o menos como hacía justo un par de años. Los días precedentes había repasado una por una las recurrencias entre los pequeños detalles de estas fechas y aquéllas, temiendo que las casualidades fueran premoniciones que auguraran una recaída, la misma caída. ¡Me destroza cometer por enésima vez los mismos errores! Una vez más, había sucumbido a la euforia: me puse demasiado fuerte a principios de año, reí con ganas, mi cuerpo volvió a reducirse al peso de una adolescente anoréxica, las ilusiones y el estrés (inherente este último a nuestra civilizada manera de vivir, de eso sí que no tengo la culpa) se enseñorearon de mi Vida.


“¿Cómo se me ocurre jugármela a un mes de los viajes?”-  me torturé desesperadamente hasta caer en un mutismo endocéntrico -los mismos errores, el mismo abismo- que hizo pasar desapercibida la llegada de la primavera.  ¡Cuánto me complace atisbarla de lejos, verla aproximarse por la vereda, dejarla entrar en casa desnudándome poquito a poco de ropajes, edredones, oscuridad...!

El insondable abismo de la desilusión... ¡Sería un milagro poder hacer los viajes en bici de pascua!

A pesar de todo, el último día de plazo pagué la señal para el de Fin de Temporada de la Peña y, tal como me había ofrecido, empecé las gestiones logísticas del viaje a Soria.

Para alcanzar la gracia del milagro, hice un minucioso acto de contricción, hurgando en la llaga con el afilado punzón de cada uno de mis pecados, los escribí, prometí, juré... ¡A partir de ahora sabría cuidarme, era para eso que me estaba pasando este infierno otra vez! ¡Me comería el arroz blanco del menú de la última comida del viaje de la peña si conseguía llegar a él rodando! (¡No imaginaba cuánto arroz blanco!)

Con tratamiento intensivo de fisioterapia y los entrenamientos reducidos al mínimo, mejoraba, aunque no lo suficiente para disipar las dudas, para poder pensar o sentir algo más allá de mi pierna derecha. No sé si la echaba de menos (la ilusión) o la maldecía. Por primera vez en mi Vida deseé tirar la toalla. ¡Ójala no hubiese oído hablar nunca de esos proyectos! La lucha contra mi propio cuerpo era ya demasiado larga, extenuante. Por primera vez en mi Vida no le encontraba sentido. ¿Por qué no me marcharé como todo el mundo a visitar capitales exóticas, y hartarme de comer y beber al otro lado del cristal, donde no nieva ni hay que molestarse en pedalear ni en inflar la esterilla?

Seguí cuidándome, contestando los mensajes entusiasmados de mis compañeros, por pura rutina. Mientras dejaba hacer al tiempo, me evadía en las 700 páginas de amor entre Inés y Galán. Pensó Galán que la guerra le había quitado muchas cosas, pero le había traído una mujer en la que vivir. Derrotado, desterrado, bendijo su suerte. Algo así soñé vivir una vez -quizá por eso confraternizo enseguida con estos personajes y devoro páginas como en mi infancia: como si ellas fueran a engullir el problema-; pero a mí no quisieron habitarme. ¡Qué lejanos me resultan mis propios sentimientos que les cuento a Inés y a Galán como una mera anécdota!

El 16 de marzo volví a salir con la peña. El 17, sin haber respetado los descansos -¡por enésima vez los mismos errores, la tortura, los remordimientos!-, tuve la feliz idea de introducir en mi rutina unos ejercicios nuevos de musculación de piernas (“¡Pero si a ti piernas no te faltan!”, se llevaría las manos a la cabeza mi instructora de Pilates) Esa misma noche me dolían de arriba a abajo, las dos: aductores, isquiotibiales, vasto interno, cintilla iliotibial, recto anterior... ¡A diez días del viaje!

A pesar de todo y de todos los músculos, seguí yendo al fisio, rodando apenas para no caer en la inmovilidad. Hasta tuve otra feliz idea: coger reservas a base de más proteínas, más hidratos, un cafelito, una cervecita... ¡Cómo si no levantar el ánimo y seguir bambando de acá para allá sin acabar de entender ya por qué!

El 23 de marzo me levanté con el estómago revuelto. ¡A seis días del viaje!

A pesar de todo, de todos los músculos y de mi estómago, el último viernes lectivo, tal como hacía meses que me recreaba en planificar, fui a cortarme el pelo y empecé a llenar las alforjas. Seguí intentando comer de todo sin renunciar al cafelito de la mañana. ¡Cómo si no mantener la apariencia de ilusión!

El 26 mi estómago había empeorado. ¡A dos días del viaje!

A pesar de todo, de todos los músculos, del estómago destrozado y la estupenda forma de febrero echada a perder, a dieta blanda me fui para Soria.

Milagrosamente, mis músculos aguantaron y lo de la forma no fue para tanto. Los últimos días de viaje pude tomarme una cervecita y el de la despedida, un café, que me supo a gloria y euforizó más si cabe la mañana de callejo por Soria.

Fui al fisio, respeté el descanso, intenté incorporar los alimentos poco a poco...

Cuatro días después -¡a un día del viaje de final de temporada!-, se me ocurrió hacerme un bocatita de salmón ahumado después del último, suavísimo, entrenamiento.

El viernes 5 de abril me levanté descompuesta, ¡a una hora del viaje! Ya tenía la mitad del equipaje en el coche.

A pesar de todo, de todos los músculos, del estómago destrozado, la dieta blanda,  la estupenda forma de febrero echada a perder... ¡Ya no podía más! Cada decisión que he tomado en los últimos meses parecía ser errónea, cada salida, cada bocado que me llevo a la boca... Mejor quedarse inmóvil, dejar que el tiempo cubra de olvido las fechas, las ilusiones, la forma física, las cervecitas, los cafés...

A pesar de todo y sin saber por qué, quizá porque para mí era más fácil bajar las escalera, conducir sola hasta la Sierra de Madrid y rodar durante tres días hasta el agotamiento a dieta blanda, que volverme a acostar en la cama, me abracé a Caminito mientras la cargaba en la ranchera y allá que nos fuimos.

"Que es más fácil aprender a vivir sin café, sin chocolate, sin sal y sin azúcar, que aficionarse a los sucedáneos"

(Inés y la Alegría, Almudena Grandes)

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