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martes, 4 de abril de 2017

IMAGINO
Siesta de lluvia

Ávila, 17 de marzo de 2011
(tiempo de lesión e inmovilidad)


Imagino que alguien me despierta diciendo: “¡Venga, levanta, vamos a podar el rosal!”.

Imagino que regreso cansada, con la ropa embarrada de desenterrar unas patatas chiquititas como tesoros. Imagino el agua arrastrando la tierra de mi piel cañería abajo. Recuerdo que le prometo a Perdido que un día volveremos para subir juntos a la Serrota, cuando yo pueda andar. Imagino que subimos los tres.

Imagino que alguien acaricia mi mejilla sin prisa, porque tiene toda la Vida y ese deseo.

Imagino que me levanto ahogándome de la misma cama y camino a hurtadillas hasta la pizarra, para escribir otra vez, ocho años después: “Ansias de absoluto”. Recuerdo que era otro hombre.

Imagino que alguien comprende.

Imagino que hago el amor sintiéndome querida. Imagino que me enamoro. Imagino un abrazo como una Montaña.

Recuerdo que lloré la última vez que hice el amor con mis parejas. Imagino que voy a llorar.

Imagino que tengo quince años, diecinueve quizá, una edad en la que todavía es posible entablar vínculos verdaderos con las personas.

Imagino que tengo veintiséis años y ando; treinta y dos, y pedaleo; treinta y ocho, y corro. Imagino que nunca me equivoqué y me hice daño.

Imagino que me levanto, pero es sólo un espejismo. Imagino que alguien me coge de la mano y me obliga a levantarme. Recuerdo que si soy incapaz de hacerlo, el perro vendrá a lamerme; pero hace años que ya no lo dejo entrar en la habitación.

Imagino el perfil de la sierra, dibujándose con las primeras luces mientras desayuno. Imagino que alguien me rodea la cintura por detrás y me dice que iremos, pronto iremos. Imagino que le creo.

Imagino que vuelvo a cocinar con paciencia y dedicación. Imagino la llave en la cerradura mientras descorcho una botella de vino.

Imagino que alguien me propone que nos vayamos de escapada romántica a ese hotel donde voy a marcharme con mi madre a pasar las vacaciones. O de escapada gastronómica. Imagino que dice que no importa si engordo, porque me va a querer igual. Imagino que todavía sigue ahí cuando vuelvo a adelgazar.

Recuerdo que nadie me ha querido nunca así.


sábado, 31 de agosto de 2013

OTRO VERANO CON AYLA: "LAS LLANURAS DEL TRÁNSITO"


Mi mejor amigo está leyendo El corazón helado a una velocidad vertiginosa; reconoce que le ha enganchado. Comentamos la novela con el placer de mis años de estudiante de Filología, cuando al volver al pueblo el fin de semana intercambiaba con él -que por entonces se estaba sacando el graduado- descubrimientos literarios. Disfruto de este renovado vínculo de complicidad, como el que establezco caminando o pedaleando junto a alguien, para mí más antiguo incluso que éstos. Le envidio el libro que tiene en las manos: ¡ojalá hubiese durado 1000 páginas más!, ¡ojalá no lo hubiese leído todavía!

Cuando cerré la contraportada de mi tercer libro de Almudena Grandes consecutivo, estaba entrando ya el verano: semanas de caos laboral propicias para lecturas llevaderas. Había previsto adelantar mi reencuentro anual con la saga de Auel para estas fechas. Ayla me ha acompañado a lo largo de estos cuatro años de salud titubeante y he terminado encariñándome con ella; sin embargo, después de haber conocido a Inés y a Galán, a Álvaro y a Raquel, después de más de 2000 páginas de fluida prosa profunda y magistral, no me motivaban en absoluto los amores entre Ayla y Jondalar, ni siquiera me incitaban los nuevos capítulos de Águila Roja. Suele pasarme lo mismo en la Vida: cuando uno la saboreó de verdad, no le alimentan los sucedáneos, y a veces acaba condenándose a pasar hambre y soledad.

Suelo, al terminar un libro que me marca, esperar unos días antes de empezar otro, como si le guardara el luto: echo de menos a los personajes y me lleva un tiempo acostumbrarme a que no estén, apetecer otra compañía. Mientras tanto, aprovecho para leer poesía, ensayo, relatos cortos... géneros que habitualmente abandono en pro de la novela, mi preferido. No obstante, ese lunes a mediodía finalicé El corazón helado y por la noche me reencontré con Ayla, deseosa de volver a sumergirme por muchas páginas en otro mundo ajeno a mi cuerpo.

Si repasáis las innumerables reseñas de Las Llanuras del Tránsito existentes en la red, nada podría decir que no haya sido opinado (vivimos en la era de la opinión, leía hace unos días en un periódico portugués), sólo puedo aportar un punto de vista más, el mío, y sin duda es más importante y placentero escribirlo para mí que para el lector conocerlo (¿el canal ha cambiado la focalización y la función de la Literatura como hace décadas apuntaban algunos autores sin poder imaginar el nacimiento de internet? Interesante cuestión para la Crítica)

Yo no encontré en el libro nada que no esperase, si acaso -como apuntan otros blogueros- menor interés de la trama que en los anteriores y más descripciones no funcionales.
Estamos ante una novela de viajes tradicional (repetición de secuencias conflicto-peripecias-resolución a lo largo del tiempo y el espacio; personajes planos...) moteada con tintes surrealistas (véase el episodio de “las lobas” entre otros), cercana a los albores medievales del género en algunos aspectos que hoy en día se consideran defectos: la trama carece de intriga hasta bien entrada en páginas; las descripciones son demasiadas, demasiado largas y evidentemente innecesarias (apuntado por la mayoría de los comentaristas); los personajes son tan buenos o tan malos como en el Poema de Mío Cid, y Ayla y Jondalar tan fuertes y heroicos como él (aunque también lo son Superman, Spiderman y otros “manes” modernos) En cuanto a las peripecias, Auel pretende crear unas expectativas cuya resolución defrauda, como las dificultades que se prevén al cruzar el glaciar, que quedan en poco más que en congelaciones equinas y un descenso en barca hinchable.


Otra cuestión que ya planteé en los albores de este blog es la de los anacronismos. Si bien la documentación de la autora sobre la Prehistoria parece rigurosa -por lo que afirman quienes de este tema saben más que yo, aunque algún amigo me ha apuntado fallos científicos-, resulta dudoso que se diesen en la época los sentimientos y las relaciones personales que Auel tan detalladamente refleja, entre ellas la sexual (que no ha pasado desapercibida en ninguna de las reseñas) Ayla y Jondalar echan unos polvos del siglo XXI más o menos cada 50 páginas al principio, más dilatadamente hacia el final, aunque ello no impide que la muchacha quede embarazada en el momento preciso, apesar de haber seguido tomando sus hierbas anticonceptivas. Unas (las prolíficas y perfectas escenas sexuales) y otro (el final con boda y embarazo, o al revés, que somos modernos) son ingredientes básicos de la subliteratura, con una función más comercial que literaria.

Debieron de ser personas como Ayla y Jondalar (inquietas, curiosas, de mentalidad abierta) quienes hicieron progresar la civilización; pero tampoco me parece verosímil el concepto de medicina que Ayla practica, basado en los mismos principios y procedimientos que la Ciencia moderna.

No esperaba, en fin, calidad literaria; no la tienen las novelas de la saga y de esta dicen que es la peor. No hace falta haber estudiado mucho para augurar que no pasará a la Historia de la Literatura, al menos si continúa con lo mismo. Sí lo hará Almudena Grandes, aunque no venderá tantos libros en toda su carrera como El Clan del Oso Cavernario ni acumulará, por tanto, una fortuna tan ingente como Auel. Cabría aquí reabrir la polémica sobre la literaturidad o la sacralización del arte (tediosos temas de 2º de carrera que sólo retomaría frente a una buena cerveza)

Sí encontré en Las Llanuras del Tránsito lo que humildemente buscaba: la complicidad de Ayla, un viaje a un mundo remoto, hasta que el verano llegara del todo y pudiera marcharme de veras. Les eché de menos al terminar. Envidié su largo periplo; siempre deseé conocer así a la persona que amaba: caminando largamente hacia el atardecer. Jondalar y Ayla, al fin y al cabo (anacronismo o no), han llegado a quererse como Inés y Galán, como Álvaro y Raquel, ya no conciben la Vida el uno sin el otro. Y se cuidan mutuamente.

lunes, 29 de julio de 2013

LOS LIBROS DE MI CABECERA: "El corazón helado". INVIERNO DE NOVELAS LARGAS: ALMUDENA GRANDES (III)


Nevaba la tarde que me instalé en Becerril de la Sierra para disfrutar con mi peña ciclista el viaje de final de temporada. Mi compañera de habitación todavía no había llegado, así que después de recorrer el pueblo me tumbé plácidamente con Inés y mi capitán Galán tras los cristales. ¡Lástima que estuviera descompuesta y ya llevara una semana a la dieta blanda que todavía arrastro, porque ésos son los pequeños momentos que uno guarda en el sagrario de su corazón como tesoros!

En las últimas páginas de Inés y la Alegría, Almudena Grandes explica que inicia con esta obra su ambicioso proyecto de englobarla, junto con otras cinco, en la colección titulada "Episodios de una Guerra Interminable", por analogía y homenaje a los "Episodios Nacionales" de Benito Pérez Galdós, que descubrió de niña en la biblioteca que su abuelo tenía en un pueblo de Guadarrama: Becerril de la Sierra. Nevaba, tras los cristales del cuarto caliente se perfilaba la silueta de las durísimas montañas que recorreríamos los días siguientes, las mismas que Almudena oteaba al levantar la vista de las líneas de Galdós, como yo la levantaba de vez en cuando de las suyas para ver caer los copos. ¡Pese a lo prosaica que se ha vuelto mi vida, estas casualidades todavía me emocionan, quizá por eso puedo seguir subiendo montañas!

Es en otro pueblo de la sierra madrileña (Torrelodones) donde arranca El corazón helado. Raquel y Álvaro se conocen allí, en el entierro del padre de éste. Un verano de su infancia, Álvaro se hirió la pierna pedaleando con sus amigos hasta la presa de Becerril, por la que los ciclistas de BTTMoncada pasábamos todos los días de regreso a nuestro merecido descanso.

La estructura externa de la novela se divide en tres capítulos: 1.- El corazón. 2.- El hielo. 3.- El corazón helado. Apenas dos lexemas sintetizan la evolución de los sentimientos de los personajes, que mudarán y harán avanzar la trama conforme Álvaro vaya logrando desvelar incógnitas sobre el pasado de su familia.

La estructura temática conjuga magistralmente procedimientos de dos subgéneros narrativos: por una parte, la novela políciaca  (cuya intriga se consigue proporcionando al lector los datos de la historia a lo largo del relato en el momento y la dosis justos, se invierte el orden cronológico empezando por el final: la muerte); además, se trata de una novela generacional -como Cien Años de Soledad-, que se remonta cuatro generaciones en la familia de Álvaro y en la de Raquel -siete abarcan los Buendía de García Márquez-. Almudena Grandes le dobla la extensión (929 páginas) y nada tiene que envidiarle en cuanto a la maestría de su prosa ni de su trabajo (lo digo yo, que he venerado desde los 15 años al nobel hispanoamericano)

Cuando abrí El corazón helado no dudaba ya de que me acabaría cautivando. A lo largo del invierno había recuperado mis preferencias juveniles por los “libros gordos” y la avidez por devorar la obra de mis autores favoritos. No obstante, al principio tropecé una vez más con el ritmo lento, con la utilización del diálogo (de conseguido realismo) como recurso narrativo, con el desconcierto que produce la alternancia entre las historias de unos y otros personajes a lo largo del tiempo y del espacio. Pero, como ya ocurrió en mis anteriores lecturas de la autora, nada de lo que se cuenta resultará gratuito, sino pequeñas piezas pulidas que irán encajando a la perfección en el ingente puzzle de la trama.

Aunque esta novela no se incluye en los “Episodios...” (es anterior, aunque yo la haya leído con posterioridad), es recurrente el trasfondo de la Guerra Civil y el exilio, que marcan el carácter y el destino de una generación y sus descendientes, y originan el conflicto entre las dos familias. Los comunistas -después de tres novelas lo daba ya por descontado- son una vez más “los buenos”, o al menos los más “buenos”.

El corazón helado es, como las que comenté anteriormente, una bellísima y profunda novela. Ahonda más si cabe en lo sublime y en las miserias del ser humano, que habitan en cada uno de nosotros como matrimonios bien avenidos, que a veces disputan y nos revuelven los intestinos, las ideas, los sentimientos... Si alguna calificación merecen los personajes y las historias de Almudena Grandes, es la de “humanas”, profundamente humanas.

La enigmática Raquel tardó en despertar mi simpatía, aunque pude entenderla después. Como me pasó con Inés y Galán, me enamoré del amor entre ella y Álvaro, aunque en este caso es un amor que hará sufrir al brotar, como los primeros dientes, aunque no podríamos crecer sin ellos. También esta relación se inicia con una fuerte atracción sexual. Confieso que no comprendo cómo pueden enamorarse si comparten poco más que la casa (la cama) de Raquel y la comida en algún restaurante (en mis sentimientos siempre han pesado más los días que las noches) El sexo les lleva conocerse y fructifica en amor. Como Inés y Galán, en pocos meses Álvaro y Raquel ya no conciben su vida separados, no pueden soportarla. Me enamoro del amor de Almudena Grandes, en el que el otro, la relación, es algo por lo que merece la pena luchar, como se lucha por un ideal, por la más noble de las ideas, incluso -sin traicionarse nunca a uno mismo- por encima de ellas.

Me enamoro del amor de Álvaro, que pelea hasta la extenuación para continuar su vida junto a Raquel. Álvaro deja una familia (mujer e hijo) con los que ha sido dichoso; se enfrenta a su madre y a sus cuatro hermanos, llega a pegarse con el mayor, y tiene que reestructurar en los esquemas de su corazón la memoria de su padre, que no fue una buena persona pero a quien no puede evitar seguir queriendo como hijo. Julio Carrión (el padre), marcado por la pobreza y el desamor en el que la Guerra Civil le obligaron a vivir, fue un oportunista, un chaquetero, un mentiroso, un traidor, que no reparó más que en enriquecerse sin límites y en que su prole no conociese la miseria. Y es Raquel -cuya familia fue la víctima más sustanciosa de Julio- quien hace estallar el detonante de la dolorosa investigación que Álvaro emprende en la historia de sus antepasados y en su propio interior. Y es para quedarse con Raquel, que tampoco carece de defectos, que también ha mentido y traicionado para enriquecerse a costa del anciano Julio Carrión, que involuntariamente provocó el infarto que le causó la muerte, que antes de conocer a Álvaro y enamorarse de él siguió jugando con sus descendientes para sacar más beneficio, es por estar junto a Raquel con todo lo que es por lo que Álvaro elige recorrer el camino más difícil.

En estos tiempos en los que me fallan las fuerzas que otrora rebosé, sigo admirando este valor, esta lucha, por encima de muchas otras virtudes. Mientras leo los últimos capítulos, recuerdo haber apretado los párpados y los dientes gritando en silencio: “¡Lucha! ¡Lucha por mí!”. Pero yo no soy un personaje de novela; ¡recuerdo haber llorado tanto no haber valido la pena! Hace tiempo que he olvidado la decepción que hiela el corazón.

miércoles, 17 de julio de 2013

LOS LIBROS DE MI CABECERA: INVIERNO DE NOVELAS LARGAS (II): ALMUDENA GRANDES: "Inés y la Alegría"


No recuerdo exactamente a qué altura del invierno la abordé, o si era ya primavera. Supongo que ya habría enfermado y buscaba una elección rápida y garantizada, en cuya profundidad sumergirme hasta olvidar mis propias circunstancias. Así se hicieron llevaderas mis horas de adolescencia dentro de la casa (nunca olvidaré la voracidad con que leí Carolina Querida de Cecil Saint-Laurent y el desamparo que sentí cuando terminó)

Casualmente, Inés y la Alegría tenía el mismo número de páginas: setecientas y pico, extensión que por las obligaciones de la cotidianeidad adulta hace años que dejé de frecuentar. Todavía la extrañaba cuando empecé esta novela, quizá por eso me impacienté con lo que al principio consideraba digresiones de la autora.

En Almudena Grandes, nunca lo son. Aunque parezca ir a marcharse por derroteros que no vienen a cuento, la “carpintería” -diría García Márquez- de la autora está tan finamente trabajada que, lo mismo da si son las 400 páginas de El lector de Julio Verne o las más de 900 de El corazón helado, cumplirá la máxima de Cortázar para el cuento perfecto: la trama es desde el principio una flecha certera que apunta al final.

Así pues, de la Inés del título nada sabremos hasta el tercer capítulo. El relato empieza introduciéndonos en la intriga política interna del Partido Comunista Español en el exilio. Los rasgos discursivos son más propios de un texto informativo que de una novela, excepto quizá los guiños con que el narrador omnisciente se permite juzgar a los personajes, por el momento figuras históricas como La Pasionaria y otros cargos menos conocidos del partido. Así pasé más de 50 páginas con la mosca detrás de la oreja, porque no era esta precisamente la narración que buscaba, que en aquellos momentos necesitaba. Me pregunto cuántos lectores habrán cometido el error de desistir aquí.

En los capítulos posteriores alternarán las peripecias del Capitán Galán y de Inés durante la Guerra Civil, hasta el momento en que ambas historias confluyan para siempre en un pueblecito del Valle de Arán (Bossost) por el que he pasado algunas veces en mis viajes de Montaña. Nunca había oído hablar de la fallida invasión desde Francia con la que los exiliados pretenden reconquistar la España franquista, episodio histórico que no fue más que una estragema de algunos dirigentes comunistas en su pugna por la supremacía en el Partido, que marcó y costó la Vida a varias personas con nombre y apellidos.

Recordaba la intensa nevada que encontramos en diciembre del año pasado, el reducto de seguridad y bienestar que supuso “aislarme” allí junto con mis amigos. Algo así, elevado a la enésima potencia, les pasa a Inés y Galán, algo así debe de ser...

El Capitán Galán es un militar de izquierdas exiliado, fiel a sus principios y a su partido. Inés es la hermana roja de un dirigente falangista, de cuya casa en Pont de Suert (otro hito de tantas aproximaciones) ha logrado escapar, con dinero y provisiones, en busca de los suyos. Se conocen en la más angustiosa de las circunstancias: la guerra: el hambre, la sangre, la muerte de los seres queridos, el temor por la propia Vida. No obstante, el ímpetu de su rápido enamoramiento, que se irá convirtiendo en un amor profundo, les sumirá en un halo de irrealidad que les hará pasar “en volandas” (así decía yo de niña estar con mis amigos) sobre las dificultades, aferrándose con uñas y dientes a la supervivencia.

En estos primeros días Galán dudará de Inés y ambos querrán morirse antes que asimilar la decepción respecto al otro. ¡Devastadora la decepción! ¡Quién pudiera, como ellos, haberla vencido algunas veces! El capitán llega a bendecir la guerra, que le ha dejado sin país, pero le ha dado “una mujer en la que vivir. ¡Qué sentimiento tan hermoso! Supongo que eso es lo que me habría gustado ser, pero a mí no quisieron habitarme, al menos como se habita el hogar que se venera. Me enamoro de su amor, me sumerjo en él a falta de unos brazos que me aíslen aunque sea un ratito del constante pensamiento de la enfermedad, que calmen los nervios de la hipocondría (creo que Almudena Grandes me fue mucho mejor que la psicoterapia)

No sólo la trama y los personajes, sino también el lenguaje de Almudena Grandes cautiva y dan ganas de ponerse a escribir: su magistral dominio de la lengua, su estilo personal, las secuencias lúcidas, las frases hermosas... Una prosa bellísima que no pasaría de mera zalamería si no la secundara la profundidad de los caracteres y sentimientos, la rotundidad de los hechos y la meticulosidad de su trabajo.

Se me acaba el tiempo de esta tarde de nervios que una vez más las letras han sabido transfigurar en una brisa apacible tras los cristales del Ático, junto a mi petate listo y mi comida de régimen. Valga este modesto e improvisado agradecimiento a Inés, al Galán de mis sueños y a la excelente novelista.

miércoles, 10 de julio de 2013

LOS LIBROS DE MI CABECERA: INVIERNO DE NOVELAS LARGAS (II): ALMUDENA GRANDES: "El lector de Julio Verne"


Fue durante una de esas interminables tardes de evaluaciones cuando, trasteando en los ordenadores, conversé con un compañero sobre las lecturas que más nos habían gustado recientemente. Junto con otro par de libros, me habló de las dos novelas con que Almudena Grandes había iniciado la serie “Episodios de una guerra interminable” (en homenaje a la admirada obra de Galdós)

Tanteé a Almudena Grandes en mis últimos años de carrera (Las edades de Lulú, Te llamaré Viernes), cuando yo era una lectora ávida de conocer cuanto se cocía en el panorama literario (y subliterario) nacional e internacional, clásico o vanguardista, presente, pasado o futuro... La autora, que apuntaba una carrera exitosa, no se consagró santo de mi devoción (como algunos otros autores cuya tendencia bauticé como “novela gris”, no por su falta de calidad, sino porque de ese tono me parecía el carácter de sus personajes y de sus paisajes)

En lugar del orden cronológico en el que fueron escritas, abordé primero la novela de Almudena Grandes que más le había gustado a mi compañero: El lector de Julio Verne. Sin desmerecer las dos que leí a continuación (Inés y la alegría, El corazón helado) , también a mí me parece la más lograda, una de las mejores que he leído en los últimos años.

Si bien resulta difícil sorprenderse ante un tema tan manido como el de la Guerra Civil Española, lo primero que nos impacta en este relato es el punto de vista elegido por la autora: el de un niño -que evoca por su edad y correrías al Mochuelo de El Camino-, hijo de la humilde familia de un guardia civil destinado en un pueblo al pie de la sierra andaluza. La acción se focaliza así desde dentro del cuartel, mostrándonos la miseria de quienes creíamos victoriosos, difuminando las fronteras entre “vencedores” y “vencidos”, entre “buenos” y “malos”, víctimas unos y otros del horror de una guerra que preside la cotidianeidad de todos los hogares, los montes, las calles, y parece -en palabras de la autora- no ir a terminarse nunca. En esto se diferencia esta novela de las otras dos, en las que los comunistas serán indiscutiblemente los héroes, héroes de carne y hueso si bien.

Otro de los magistrales aciertos de la autora -común en este caso a las tres obras- es la rigurosa documentación sobre los espacios y tiempos en los que discurren los hechos. En El lector de Julio Verne, los apodos de los personajes forman parte de esta ambientación, así como de la caracterización de los mismos, y dejan mella en la memoria del lector: Saltacharquitos, Mediamujer, Regalito, Fingenegocios...

El último punto que destacaré -reseñas sobre estas novelas hay a patadas-, el que me cautivó para siempre como lectora, es la integridad de los protagonistas, la profundidad de su carácter y de las relaciones que entre ellos se establecen. Emociona en El lector de Julio Verne la amistad entre Nino -el niño que focaliza el relato- y Pepe El Portugués.

Y eso que -aunque se escribieron antes- todavía desconocía el amor entre Inés y Galán (Inés y la Alegría), entre Álvaro y Raquel (El corazón helado)
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