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lunes, 17 de junio de 2013

LOS LIBROS DE MI CABECERA: INVIERNO DE NOVELAS LARGAS (I): "EL VERANO DE LOS PERROS FLACOS"

Un café te cambia la Vida, o al menos la forma de verla durante las horas que dura el estímulo de la cafeína en sangre (dicen que unas 6) y las endorfinas que generan las actividades que durante ellas emprendes. A pesar de la ansiedad que todavía me genera tomar alguno esporádicamente, atesoro estos momentos en los que pedaleo con fuerza o soy capaz de ponerme a escribir o recupero la locuacidad con mis amigos.

Una novela te cambia la Vida de manera parecida, como el poso negro y contundente de un buen café, que no actuará por ti, pero tampoco te dejará seguir dormitando en la apatía.

Sin proponérmelo, este iniverno -digo invierno porque ha tardado en llegar el calor, porque la enfermedad siempre es fría- he ido encadenando novelas larguísimas. De pequeños, mi hermano y yo -justo al contrario de lo que suelen hacer mis alumnos- buscábamos en los estantes de la librería del pueblo los tomos con más páginas, para que nos duraran más, ya que íbamos a invertir la paga semanal en ellos y, una vez empezados, sobretodo en verano, éramos incapaces de racionárnoslos.

Empecé el año con El Verano de los Perros Flacos, de Pedro Bonache. Lo leí con los bolígrafos de diferentes colores sobre la mesa o el lápiz en la mano si me lo llevaba a la cama, como en mis tiempos de estudiante. El papel de correctora me privó de disfrutar libremente la lectura; pero me devolvió una complacencia que llevaba más de veinte años enterrada: en unos tiempos en que mi profesión (y mi vocación) se desmorona, volví a enfrentarme a una obra literaria con el tesón y el rigor que solía hacerlo en los tiempos de la facultad, cuando tanto me apasionaba la materia. Demasiado escrúpulo, quizá, para el gusto del autor; pero, en fin, es mi manera de hacer las cosas. Desde el punto de vista opuesto, el del autor, no hubo asignatura que odiara más que la de "Crítica literaria", de jovencita no acepté que mis profesores me tocaran ni una coma; aunque más tarde agradecí la profesionalidad de mis amigos cuando les puse delante algún escrito y disfruté de las tertulias removiendo puntos, tildes y raccords.

Dejé la segunda lectura, la del goce, para el repaso antes de edición; pero no llegué a realizarla. A pesar de ello, de no haber sido un mero lector que abre un libro entre sus manos como quien emprende un nuevo viaje o el mismo de siempre (ése papel me gusta más), El Verano de los Perros Flacos removió sensaciones casi olvidadas, que otras novelas consolidarían en los meses venideros, devolviéndome uno de los placeres que más he disfrutado en mi Vida: el de sumergirse en una larga novela.

No estaba acostumbrada, y menos en invierno, cuando parece que los días no tienen horas para tantos horarios, a enfrentarme a tantas páginas. Extrañé el ritmo lento, las digresiones y las recurrencias: además de haberme habituado a libros más breves, siempre me he quitado el sombrero ante los relatos -en palabras de Cortázar, que tampoco aplicó su teoría del cuento a la novela- que van del principio al final certeros como una flecha. Me costó relajarme -y me seguiría costando con las lecturas posteriores-; no obstante, llega un momento en que los personajes de las novelas largas se han instalado en tu casa y los buscas al final del día para que te cuenten cómo les fue y conciliar abrazados el sueño.

... Aun cuando no congenies con ellos, como me pasó a mí con la unidad familiar protagonista (parecen un ente único y eso a mí no me gusta, me refiero a la Vida, no a la novela), los buscas para discrepar o para echarles los trastos a la cabeza, es un indicador de que te has metido en la novela.

Busqué también durante los rigores del invierno entre decrépitas paredes los campos agostados de mi bienamada Castilla, la austeridad de un clima y de un paisaje a los que de tanto en tanto necesito regresar. Aunque no creo que sea sólo por afinidad por lo que esa vertiente de la trama (las escenas en La Mancha, el tema de los galgos) me parecieron lo más logrado de la novela; yo habría profundizado y me habría extendido por ahí (pero yo no soy el autor) Pedro Bonache es magistral en la descripción de espacios naturales y la composición de escenas costumbristas. En tiempos habría deseado ser galgo, como otras veces anhelé ser encina o flor o minúsculo insecto, para que alguien me mirara con tanta sensibilidad e interés, para no ser invisible. Quizá los seres humanos no somos los más afortunados sobre la Tierra.

Va a sonar el timbre. Se acabó el café, que ahora me pone como una moto. Ni siquiera corrijo las faltas que cometo con el teclado, hoy no hay rigor. Es hora de ir a correr o pasear con mis amigas, dejaré las otras novelas para otro jueves (era jueves cuando empecé) Primum vivere, deinde filosofare.

sábado, 8 de junio de 2013

CRONOESCALADA

"Tengo el mismo sopor que el día que llegué a Ávila. Quizá por eso..." -asocié inesperadamente aquel final de etapa de mi Camino de Levante con la aproximación de ayer a la altura de Cuarteles. Iba de camino a la cronoescalda de Bttmoncada sin una chispa de café en el cuerpo ni la más mínima intención de cronoescalar.

A la altura de cuarteles -no sé por qué hay mañanas que asocio con el olor de otras mañanas- me vi subiendo el alto de Arrebatacapas al amanecer (le comento a Kike el deleite que me produce paladear la toponimia) El viento que soplaba en el collado no se llevó mi casco, pero me permitió imaginar al vuelo sombreros de ala ancha y túnicas de peregrinos medievales. Entre este puerto y el de El Boquerón me detuve en un pueblecito a tomar café mientras reseñaba la etapa en mi Moleskine, antes de emprender la última tirada hasta Ávila.


¡Ay, ese puntito de café que hoy me falta! Últimamente ni siquiera me salen las palabras, hace tiempo que no practico (en mis cuadernos me quedé a mitad de un domingo de diciembre de bicicleta y remotas casualidades, no sé si quiero acabar de contarlo, no sé ya si quiero hablar)

Si me hubiese tomado otro cafelito por la tarde... Llegué cansada; a mediodía salí a comerme mi bocadillo favorito (¡calamares a la romana, ah, quién los pillara!) regado con una Voll-Damm en un bar de la plaza porticada (el mismo en el que ya había estado y al que volví en otras ocasiones en busca de mi cerveza preferida) No, no fue el cansancio por lo que no fui -apenas 30 kilómetros me separaban de Muñana, adonde 5 años antes llegué medio lesionada, con Camino en el maletero de la ranchera; prometí que algún día, por remoto que fuera, entraría pedaleando-, no fue el cansancio, no fue el café lo que me hizo pasar de largo.

Tal vez hoy tampoco es la causa de esta extraña melancolía que se me agolpa en las cuencas de los ojos. Rebaso la última rotonda junto a la base militar, enfilo la carreterita de Portaceli con unas ganas de llorar que sólo la somnolencia contiene, ¡incluso para eso estoy aturdida! ¡Nada, ya no me sale nada de adentro!

Dediqué la tarde a reabastecerme sin prisas, como lo haría cualquier otro abulense en vacaciones; me recogí temprano para disfrutar del albergue solitario. Me bastaba y me sobraba con mi presente, no me cansaba de complacerme en él, por primera vez en mi Vida tenía ganas de hacer rápido el viaje y regresar. Paradójicamente, la euforia a veces deforma la realidad de manera tan absurda como los espejos del Callejón del Gato. Quizá por eso ya no la busco. He olvidado lo que se siente en la “parrilla de salida”, al cruzar victorioso la línea de meta, al despertar en un abrazo que creíste Tu Lugar en el Mundo...

Llego al Llano de Lucas tempranísimo (no he perdido las buenas costumbres) Mis compañeros de Bttmoncada empiezan a aparecer poco después. Me ofrezco a encargarme de los tiempos de salida o de llegada, a subir el coche de apoyo a la Font del Poll, a poner la mesa... Rehusan. Prefieren que “cronoescale” -que apenas somos tres chicas-, aunque suba paseando. ¡Bueno, pues me ofrezco a ser la última! Empiezo a calentar.


Me dan el pistoletazo la primera: soy la mayor de la categoría femenina, es decir, la que más tiempo se supone que invertirá. Algo queda dentro de mí que me empuja a hacer lo mejor posible aquello que emprendo, no sé qué es, desde luego no fuerzas ni fe en mí misma... estos meses hasta mi motivación inquebrantable pende de un hilo. Tras unos minutos subiendo pulsaciones (serán 3' a menos del 90%), aprieto todo lo que puedo (llego al 98%, manteniendo 46' a más del 95%: ¡me voy a destrozar los músculos!)


He repetido innumerables veces este recorrido a la cadencia de mis pensamientos. Hoy voy especialmente atenta al terreno, a cada curva, a cada imagen, al tacto del sol y de la brisa sobre mi piel. A pesar de las elevadas pulsaciones, de que se supone que estoy compitiendo, me da tiempo de saborear el paisaje, la compañía, la circunstancia. Es el segundo año que participo en la crono; me siento más tranquila, a pesar de que esta vez no tengo “liebre” que me indique la mejor trazada. “Como en la Vida -me digo- casi siempre me ha tocado avanzar sin liebre. Estoy tan acostumbrada a tomar mis propias decisiones con convicción y placer que nunca había reparado en ello. ¡Sin embargo, ahora necesitaría incluso que alguien me dijera qué bocado llevarme a la boca! ¡Estos años de enfermedad he necesitado a rabiar alguien que estuviera a mi lado en las rampas más duras! ¡Ni siquiera haría falta que me empujara, sólo señalarme por dónde es, que a veces yo no puedo verlo, que hay noches que me muero de miedo!” Los médicos me preguntan si vivo sola, si como sola...

Pienso en Kike, que gane o pierda estará esperándome en casa con Perdido. ¡No me puedo quejar, una sola persona así hace que uno no tenga derecho a lamentarse de la compañía que le ha tocado en la Vida!

Al año siguiente pensé que cuando pudiera comer de todo, repetiría aquel largo viaje, con una óptica más realista, deteniéndome donde me apeteciera, cumpliendo todas las promesas. Entonces todavía creía que una meta así puede emprenderse en cualquier momento de la Vida, que siempre podría echar mano de estas ilusiones. Pero cada una tuvo su momento, que no volverá (saberlo me hizo muy vieja o, eufemísticamente, "madura") Duele durante mucho tiempo no haberlos vivido de veras.

En el mismo punto donde el año pasado Pedro me peló el membrillo, me las apaño para sacarlo yo solita y metérmelo en la boca sin dejar de pedalear (¡a punto está de indigestárseme!) Cuando supero “La Prueba del Hombre” hace rato que sólo existen la Calderona y la carrera. Miro el reloj: no voy tan mal, puede que hasta entre en el tiempo del año pasado, debe de faltar poco para que me rebase la compañera que salió detrás de mí: ha hecho una temporada fuerte, sin embargo yo no he dado pie con bola.

En La Morería los familiares de mis compañeros han colgado una pancarta, a cuyo pie nos aplauden para darnos ánimos. Se me une un ciclista que ha subido fuera de crono: ya tengo liebre. “¡Perdona, es que subiendo soy de un antipático... no me salen las palabras!”. Enfilamos juntos el último repecho antes de la Font del Poll, con el corazón a punto de salírseme del pulsómetro por la boca; el cambio no va muy fino y no me atrevo a bajar plato: si salta la cadena perderé unos segundos preciosos, ¡yo que no venía a competir!, ¡ya sólo queda carrera y Calderona y Caminito y compañeros!


“¡Menudo carrerón!”- me felicitan. Imagino que lo dicen por compromiso, pues les he visto pasar mucho más fuertes, aunque mis compañeras no me ha alcanzado. Ando para bajar pulsaciones, incapaz de coordinar. Me dan mi crono: 49'05'': 38' menos que el año pasado. ¡Ya me vale, con el invierno que he tenido! ¡Ya me vale sin café, sin liebre, sin ánimos, a palo seco!



Lucas, con 8 años, ha participado en su primera crono con su padre. Inma y yo bajamos tranquilamente por La Cartuja acompañándole. Llegamos los últimos al área recreativa donde se sirve el almuerzo. Entre miembros de la peña y familiares somos 93 para el ágape (sólo 34 hemos competido) No tengo liebre ni hijos ni mucho menos mujer que invitar a la fiesta, pero soy parte de ellos. ¡Yo no me puedo quejar de la compañía! Mientras saboreo un bocadillo de jamón, la primera cerveza en mucho tiempo y me atrevo a picotear un poco, me entero de que soy la primera clasificada femenina. He ganado. ¡He ganado mucho saliendo hoy, aunque sé que esta prueba todavía no ha terminado!


“Lo peor que hay en estos casos -y en la Vida, añadiría yo- es no mover ficha”, dice Lourdes, mi psicóloga "digestiva".


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