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domingo, 24 de junio de 2012

MIS MARTES: FIN DE CURSO

Era el último martes que podía hacerlo, después de varias semanas saliendo hacia la Calderona desde la ciudad, para descansar algún día del coche. Así que, a pesar de la intempestiva tarde del lunes y del suelo que amaneció mojado, seguí adelante con el plan de rodar por la Sierra de Espadán.

Había elegido, por fin, volver a visitar la casa Mosquera. Los alrededores de Azuébar se quemaron durante los meses de la lesión (creo haber oído que más de una vez, aunque quizá fueron los baches de mi psique); pensé en acercarme cuando pude empezar a andar, pero temí no soportar en aquellas circunstancias la imagen de ese entorno devastado. Solíamos llegar allí desde casa -¡qué cerca quedaba un paraje tan hermoso, tan recóndito!-; no había vuelto desde que me separé.

Madrugué como si me fuese a los confines del Universo, con la misma ilusión y el mismo deseo de que al último Mismartes lectivo le cupieran un sinfín de actividades. Amaneció, mientras conducía, un día atípicamente oscuro y frío para estas fechas. "¡Qué lejos queda ahora la Mosquera!", pensé con toda la melancolía acumulada las últimas tardes de cielo gris. Me vino a la mente una frase de Marcial, de buena mañana, sin proponérmelo, un latinajo puro y duro que aprendí en COU. La jornada prometía: escribiría aquella reseña.

A las 8 ya estaba aprovisionando en el horno de Azuébar (visitar las panaderías de pueblo se ha convertido en el primer aliciente de las rutas), después de haber llenado unas cuantas garrafas de agua en la planta envasadora.

Km 0: Parque de Azuébar. Tomamos la carretera girando a la derecha, en dirección Chóvar.

Truena a lo lejos, en dirección a las espesas nubes que deben de estar sobre la carretera nacional por la que he venido desde Valencia.

Km 0,250: Sale pista asfaltada a la izquierda, que pasa por el Área Recreativa del Carbón  (425m). Continuamos por asfalto hasta el Km 2,8, donde veremos un panel de madera que indica "Almedíjar" (por aquí apareceremos al regreso) Continuamos recto. En el km 4 el asfato se convierte en tierra. Pedaleamos en suave ascenso.

A los 20' paro a estirar. En este momento crucial chispea; meo y me pongo el chubasquero con calma, disponiéndome a que empeore: quizá la Sierra me recibe así por algo, acorde a mi estado de ánimo o la ausencia de todos estos años. No importa, la recorreré como se encuentre. Constato con alivio que el fondo del barranco -bosque mediterráneo original de gran biodiversidad- no se ha quemado.

Por no entretenerme demasidado, a la vista de las condiciones metereológicas, renuncio a hacer fotos en pro de marcar los waypoints (¡lástima, porque a pesar de visualizar la ruta perfectamente, Wikiloc no me los reconoce) Las imágenes son "de archivo".

Km 7,2: Después de alguna corta rampa más, desembocamos en otra pista. Giramos a la derecha para rodar los 200m que nos separan de la Casa Mosquera.


BTT Misjueves

Pensé que al llegar a este punto lloraría. Incluso me vendría bien. Algo pugna por salir estos últimos días, sereno y necesario, no sé, será el síndrome postmenstrual, el cambio de estación, la crisis de los cuarenta... Tal vez la perspectiva de otro verano sin poderme hacer ilusiones. ¡Quizá mi Vida ha perdido la "calidad" para siempre, por mucho que yo me esfuerce en recuperarla! En fin, "mientras haya salud...", me repito, fiel a mi promesa de no abatirme por nada mientras la haya. Aunque ha dejado de llover, la nube apremia y el estímulo de sacar la ruta adelante acaba impidiéndome llorar.

En la Casa Mosquera festejaban las cuadrillas el final de la recogida del corcho. Visito la era donde tantas veces comimos y sesteamos, mostramos la propiedad a los amigos como si fuera nuestra. ¡En verdad merece traerse hasta aquí la fiambrera y la Voll-Damm o un buen trago de vino! 

Camino y la Fuel

"Intactas quare mittis mihi, Polla, coronas?
A te uextatas malo tenere rosas".
(Marcial)

"¿Por qué, sin haberlas tocado, me envías, Pola, coronas de rosas?
Deshojadas por ti prefiero tener las rosas en mis manos".

Yo también me quedo con las historias deshojadas (las que se vivieron, con todas las consecuencias, salieran como salieran) Aunque a veces somos tan necios o tan jóvenes que arrancamos los pétalos a manotazos, convencidos de que mañana amanecerá intacta la flor que pisoteamos hoy. Creo que la virtualidad (donde las vidas se truncan y se reinician con un clic, ya ni siquiera hace falta insertar otra moneda) favorece esta inmadurez, en algunos casos innata e irremediable.

Me sorprende gratamente haberme fijado en estos versos en la "edad poética", el curso en que me decidía definitivamente a dedicarme a la Literatura. Me alegra que ya entonces prevaleciera la Vida real. ¡En aquella adolescencia de hace 30 años se nos permitían Vivir tan pocas cosas, que era fácil abandonarse sin oponer resistencia a la quimera de las palabras y los "días de mañana"!

Retrocedemos hasta el cruce y continuamos recto. Vale la pena girarse a contemplar el fondo del valle.


Casa Mosquera

Km 8,8: carretera que enlaza Almedíjar (a la izquierda en descenso) con Ahín (a la otra parte del puerto) Giramos a la derecha y remontamos por asfalto hasta el Collado de la Ibola.

Ayer cené apenas la acostumbrada ensalada, sin tener en cuenta, como en los viejos tiempos, la salida de hoy. Reconozco la hambruna que entonces no identificaba con la falta de hidratos. No tendré una mañana muy lúcida si no paro a comer. Aprovecho para leer el panel informativo que han colocado en la cuneta, mientras almuerzo tranquilamente.

Km 12,2: Coronamos y tomamos pista descendente a la izquierda. Pronto empezará a subir y estas rampas sí acumulan sensiblemente desnivel. Es la pista que bordea la falda del Pico Espadán. En el km 12,5 dejamos a la derecha una pista que posteriormente por senda nos llevaría a su cumbre; continuamos recto. En el km 16, 9 nace a la izquierda una pista señalizada "Fuente La Parra", que utilizaremos en la variante corta de esta ruta (que el sábado me acompañará a investigar Raúl); seguimos recto por la principal.

Collado de la Ibola o de Ahín

Cuando supe que necesitaba la Montaña y empecé a salir sola, subir por este camino a Espadán era prácticamente la única excursión que conocía. Aquí repasé por última vez el tema que me salió en la oposición. Recorrí muchas veces en solitario esta pista, antes de conocer a gente con la que salir a la Montaña habitualmente; añoraba algo que todavía no conocía: mi grupo de senderismo, mi peña, misjueves, mi pareja... Otra forma de socializarse. Seis veces corrí esta pista bajando del pico en la maratón; la última iba a podium. Incluso con mis alumnos la he andado. Pero nunca la había rodado.

Km 19,4: Collado de la Nevera, carretera que une Algimia de Almonacid con Alcudia de Veo. La tomamos a la izquierda, en descenso. En el Km 21,2 dejamos a la izquierda la Fuente de la Calzada, bonita área recreativa al fondo del barranco.

Km 25,4: Algimia de Almonacid.

Entro en la localidad a tomar un cortado. A estas horas frecuentan el bar dos grupitos de mujeres, hablan de bajar a la ciudad (Segorbe) a hacer la compra. Escucho con gusto los topónimos de la zona, los desplazamientos cotidianos, como si me estuviera "aclimatando" de nuevo.

Volvemos a la rotonda por donde hemos entrado al pueblo (a quien no le apetezca "avituallar" puede seguir desde aquí) y tomamos un camino a la izquierda. El camino hasta Vall de Almonacid está casi todo cementado, como la mayoría de rampas duras de esta segunda mitad del recorrido.

Km 26,1: derecha.

Km 26,2: derecha.

Km 26,4: izquierda.

Km 27,8: dejamos a la izquierda Vall de Almonacid y giramos a la derecha por el Camino del Santo. Fuerte pendiente cementada.

Km 29,6: izquierda.

Km 30,1: derecha.

Km 34,6: carretera Segorbe-Castellnovo-Collado Ibola-Almedíjar-Ahín (la misma que tomamos al salir del valle de Mosquera) Giramos a la izquierda. Si retrocediéramos un poco en dirección Castellnovo podríamos evitar este tramo de carretera, yendo por el Barranco del Cañar, paralelo a la misma (esta ruta coincide en varios tramos con la Maratón de Espadán)

Km 35,9: Almedíjar. No entramos, lo bordeamos sin dejar la carretera.



Km 36,2: Giramos a la derecha en dirección a la Fuente del Cañar. A los pocos metros sale una rampa pronunciada a la izquierda, empedrada; nos hacemos el ánimo de abordar la última subida, que a simple vista asusta, pero no se hará larga. Seguimos el camino principal hasta coronar.

Km 37,5: Coronamos. Cruce en forma de Y, tomamos a la izquierda para empezar a descender en picado, siempre por la pista principal. Las curvas más pronunciadas están cementadas.

Km 40,2: Llegamos a la señal de madera que indica "Almedijar", por donde pasamos al comienzo de la ruta. Tomamos a la derecha la pista asfaltada del Área Recreativa del Carbón.

Km 43,1: Azuébar.

Había pensado invitarme a comer, sestear un rato, dedicar la tarde a comprar en las cooperativas de la zona y, de paso, ir tanteando las casas en venta. Pero el tiempo no acompaña, así que decido ir al grano y llegar a casa a hora de regar con una Voll-Damm una hamburguesa completa.

"Sería bonito acabar una excursión a orillas del Palancia y quedarse a dormir aquí", escribí hace diez años, en la reseña de la primera ruta que llegué pedaleando a la Nevera de Castro ("Nos conocimos encima de una nevera...") y entré a conocer Sot de Ferrer (¡Nunca he añorado tanto como el hombro junto al que me acostumbro a caminar!)



Recorro en coche Sot de Ferrer, no ha dejado de ser el pueblo que más me gusta cerca de Valencia. No debo de ser la única que piensa así, pues, mientras la crisis ha puesto en venta segundas residencias en casi todas las localidades, aquí no hay ningún cartel. Observo con estupor la una rotonda monumental erigida en la entrada que viene de Soneja.

El proyecto va tomando forma sin prisas. Durante estos años he pensado que no quería irme a vivir al campo sola; pero, al fin y al cabo, han terminado por imponerse las mismas máximas con las que emprendí otros Caminos:

1.- Más vale ir solo que quedarse sin ir.
2.- Más vale solo que "desacompañado".

No debí postergarlo demasiado. Yo nunca he dejado de cumplir mis sueños por no hacerlo sola. Tal vez si la enfermedad no me hubiese debilitado tanto... Mi pareja dependía hasta tal extremo de mí que me preguntaba con añoranza si nunca volvería a rodar un Camino sola. ¡Nunca pensé que serían tantos! Hace ya tres años y medio que me separé. A veces pienso que la Vida castiga la fuerza de mi carácter.

Vuelvo a cruzar el Palancia por el puente del otro extremo. Y entonces sí me echo imprevisiblemente a llorar.

"¡Si supieras lo que viví después...!"

Afortunadamente la bicicleta ejerce sobre mí efectos euforizantes y la perspectiva de las próximas salidas seca mis lágrimas antes de llegar a la autovía. He hecho todo lo que he podido para recuperarme física y psíquicamente. He urgado en mis errores hasta el tormento para no volverlos a cometer: me he explicado largo y tendido lo que hice y por qué; mientras haya salud, me aplicaré, como prometí, en la coherencia. Pero hay algo que no podré hacer yo (yo nunca he podido justificar el sufrimiento, perseguir la "santidad"), hay algo que no me dará la Montaña ni las metas conseguidas ni siquiera Camino -ahora lo sé y espero con calma-, hay algo que vendrá de otro Ser Humano, de una caricia, de una mirada: entonces entenderé por qué el Camino dio tantas vueltas, por qué tuve que caer tantas veces, y seré capaz de celebrar que así haya sido.



Track: http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=2991195
43,1 km., 1186m ascenso acumulado, 3h38'

Variante corta: menos kilómetros pero más montañera y casi con el mismo desnivel. Alguna rampa de tierra del 20%:
http://es.wikiloc.com/wikiloc/view.do?id=3001319
33,33 km, 1089m ascenso acumulado, 3h

¡Ojo con los tiempos de Wikiloc: no son los tiempos en movimiento!










sábado, 9 de junio de 2012

AINIELLE

Ainielle es un pueblo en ruinas perteneciente a la comarca del Alto Gállego (Huesca), enclavado en las Montañas que llaman Sobrepuerto.

De camino a Ainielle

Tuve noticias de él a través del fragmento que encabezaba una unidad del libro de 3º de la ESO del curso 2001/02, el invierno que empecé a rodar por las Montañas que se divisan desde el pueblo donde trabajo. Recuerdo el aula donde di aquella clase, en otro centro, la incidencia del sol sobre las ventanas del edificio aquel día, como si se estuviese apagando sobre las casas de Ainielle, como lo haría cuando fuésemos a buscar sus ruinas cargados con nuestras mochilas de travesía. Diez años y cinco institutos después he localizado en el Departamento la página con mis anotaciones a lápiz.


Pueblos del Sobrepuerto

Hicimos aquel viaje porque a mí el principio de la novela me había recordado precisamente eso: las tardes que nos anochecía andando, sin saber dónde acamparíamos, el cansancio sobrecogedor de las primeras veces, la inmensidad de un mundo del que intuyes que no te quieres marchar. Fuimos a buscar Ainielle en enero de 2007, un par de semanas después de comprar mi primera bici de carretera, que bauticé con el nombre de la aldea. Veníamos por el camino de Otal, en cuya abandonada intimidad -todavía más entera que la del pueblo al que nos dirigíamos- habíamos hurgado un buen rato a la hora de la merienda. Los ojos de Perdido destellaron al girarse para advertirnos que había dado con las primeras edificaciones de Ainielle, antes de que nuestras frontales alcanzaran alumbrarlas.  Plantamos nuestras tiendas junto al camino principal (una para mis dos amigos, otra para el perrillo y para mí), cenamos y, tras la charla a luz de las velas, acurrucados en nuestras ropas de abrigo, nos recogimos temprano, como habrían hecho en aquel lugar las generaciones que nos precedieron.




Atardecer en Otal

En mitad de la noche sentí descorrerse la cremallera de la tienda. Mi amiga murmuraba algo enfurruñada, sin embargo, Perdido no había ladrado... Era mi pareja, que había salido conduciendo de Valencia a media tarde y había caminado toda la noche (¡con su peculiar sentido de la orientación, que sólo le guiaba fijándose en las plantas, en los árboles, leyendo las rocas y el plumaje de los pájaros!) Se había perdido varias veces antes de topar con el campamento, llegaba por el mismo sendero que los hombres de Berbusa vinieron a encontrar el cadáver de Andrés (el último habitante de Ainielle en la novela de Julio Llamazares)

Cuando lleguen al alto de Sobrepuerto, estará, seguramente, comenzado a anochecer. Sombras espesas avanzarán como olas por las montañas y el sol, turbio y deshecho, lleno de sangre, se arrastrará ante ellas agarrándose ya sin fuerzas a las aliagas y al montón de ruinas y escombros de lo que, en tiempos, fuera (antes de aquel incendio que sorprendió durmiendo a la familia entera y a todos sus animales) la solitaria Casa de Sobrepuerto. El que encabece el grupo se detendrá a su lado. Contemplará las ruinas, la soledad inmensa y tenebrosa del paraje. Se santiguará en silencio y esperará a que los demás le den alcance. Vendrán todos esa noche : José, de Casa Pano, Regino, Chuanorús, Benito el Carbonero, Aineto y sus dos hijos, Ramón, de Casa Basa. Hombres endurecidos todos ellos por los años y el trabajo. Hombres valientes, acostumbrados desde siempre a la tristeza y soledad de estas montañas. Pero, a pesar de ello –y de los palos y escopeta de que, sin duda alguna, han de venir armados–, una sombra de miedo y de inquietud envolverá esa noche sus ojos y sus pasos. Contemplarán también por un instante las paredes caídas del caserón quemado y, luego, el lugar que alguno de ellos señalará ya con la mano en la distancia.

 A lo lejos, frente a ellos, en la ladera opuesta de la montaña, los tejados y los árboles de Ainielle, ahogados entre peñas y bancales, comenzarán ya entonces a fundirse con las primeras sombras de una noche que, aquí, contra el poniente, llega siempre mucho antes. Visto desde la loma, Ainielle se cuelga sobre el barranco, como un alud de losas y pizarras torturadas, y sólo en las casas más bajas –aquellas que rodaron atraídas por la humedad y el vertigo del río– el sol alcanzará a arrancar aún algún último destello al cristal y a las pizarras. Fuera de eso, el silencio y la quietud serán totales. Ni un ruido, ni una señal de humo, ni una presencia o sombra de presencia por las calles. Ni siquiera el temblor indefinido de un visillo o de una sábana colgada en el frontal de alguna de cualquiera de sus múltiples ventanas. Ningún signo de vida podrán adivinar en la distancia. Y, sin embargo, los que contemplen el pueblo desde las altas campas de Sobrepuerto sabrán que, aquí, entre tanto quietud, entre tanto silencio y tantas sombras, yo les habré ya visto y estaré esperándoles.
Reanudarán la marcha. Pasadas las ruinas de la casa, el sendero contnúa monte abajo, en dirección al valle, atravesando robledales y canchales de pizarra. Se estrecha en las pendientes, pegado a la ladera, como una gran culebra que se arrastra en busca de la humedad cercana. A veces lo perderán brevemente entre los matorrales. Otras, desaparecerá por completo, y durante largo trecho, bajo un espeso manto de líquenes y aliegas. Solo yo lo he pisado en todos estos años. Caminarán, pues, en silencio, muy despacio, siguiendo fijamente al de delante. Pronto llegará hasta ellos el rumor del río. Una lechuza -quizá esta misma que ahora cruza mi ventana- elevará su grito entre robledales. Definitivamente, la noche habrá caído y el que dirija al grupo encenderá su linterna y detendrá sus pasos. Todos los hombres le imitarán casi al instante. Como atraídos por una misma sombra, todos los ojos se clavarán en la espesura del barranco. Y, entonces, al contraluz amarillento y fantasmal de las linternas, mientras las manos buscan en silencio una vez más la caricia nerviosa de las armas, descubrirán entre los chopos la silueta del molino -erguido aún, a duras penas, sobre la podredumbre de la hiedra y el olvido- y, luego, al fondo, recortándose en el cielo, el perfil melancólico de Ainielle: ya frente a ellos, muy cercano, mirándoles fijamente desde los ojos huecos de sus ventanas.

(Julio Llamazares, Ainielle)





Ainielle


- A ti ya nadie irá a buscarte a Ainielle- me dije hace poco más de un año, una tarde de domingo tediosa en el balcón del Ático- Eso sólo pasa una vez en la Vida. Ya no tienes edad. Has desperdiciado los últimos años de plenitud vagabundeando por el Camino a Ninguna Parte. A ti ya nadie vendrá a buscarte ni siquiera al balcón de este cuarto sin ascensor donde te estás muriendo de asco, tan sola como Andrés. En la urbe nadie huele la podredumbre, como la intuyeron los hombres de Berbusa al otro lado de las Montañas. Ni siquiera te quedará el consuelo, como al anciano, de haberte muerto donde deseabas.

Aquella tarde escribí por primera vez a un desconocido.

Unas semanas después fui a Alcoy por primera vez, con motivo de hacerme el bikefitting con Camino y con Ainielle. Ésta (la de carretera) no era ni de lejos mi talla (ya lo sabíamos cuando la compré), lo cual podría por sí solo haber provocado mi lesión o al menos haberla agravado sensiblemente. Nunca me había planteado vender una bici; las bicis en esta casa no son objetos, me atrevería a decir que la habitan; comparto con ellas muchas horas felices, mis mejores proyectos... Además, yo ya no tenía edad de gastarme tanto dinero en material. Si quizá no me iba a recuperar para estrenarla ni volvería a tener la forma necesaria para hacerle los honores...

- Te mereces lo mejor. Mereces ser feliz, que te hagan feliz... todos los días. ¡Con lo que te lo estás currando! -La amiga que me había acompañado a buscar Ainielle me miró con un mohín de reproche: no serás capaz de rendirte, díme que lo vas a hacer, que vas a luchar, que te recuperarás y no dejarás que nadie te vuelva a hacer daño. Corrían las tardes largas de junio; unos amigos nos habían invitado a pasarla en su jardín. Desvié la mirada hacia el sol poniente: no tengo fuerzas, creo que esta vez os voy a decepcionar. Mi amiga, que había pasado todo el día trabajando en el campo y tenía que madrugar para continuar al siguiente, me acompañó a nadar a las diez de la noche (era la pauta del fisio para aquel día) Apenas aguantó 20'. Cuando la vi tan cansada, cambiándose en el vestuario sin deponer su sonrisa, supe que no podía decepcionarles (decepcionarme) con aquella inusitada sumisión a las "circunstancias", dejándome morir como nunca lo había hecho... Aunque no sabía de dónde iba a sacar las fuerzas...

No había intentado hacer bicicleta desde Pascua. Sólo ir a la Escuela de Idiomas a recoger las notas me provocaba un dolor en la ingle y en la cadera que prefería no recordar. A pesar de ello, decidí viajar a Asturias acompañada de Perdido y de Camino. Paco había insistido en que los llevara. Salía a correr desde El Pedregal, siguiendo disciplinadamente el plan para llegar a los 40', a pesar de las molestias.  Paseábamos mañana y tarde, fuimos de excursión, a merodear a los mercadillos y a bailar al prado. Pero pasaban los días y Camino seguía en el almacén sin que nadie la tañera, como el arpa olvidada de Bécquer. Hasta que llegó el día señalado para rodar por la Senda del Oso; Paco llevaba meses ilusionado con enseñármela. "Con un poco de miedo y reparo", me recuerda en un correo reciente, me volví a disfrazar de ciclista. ¡Pues sí que disimulaba bien si sólo se me notaba un poco: me moría de miedo y tenía muchísimo reparo! Nada me horrorizaba más que comprobar que todavía no podía montar en bicicleta, ni siquiera el dolor. Sola nunca me habría atrevido.

"Las pedaladas que daré el resto de mi Vida empezaron en la Senda del Oso", le escribí en una postal durante mi viaje de final de temporada con la peña. Nada necesitaba tanto (¡y eso que hace un año por estas fechas yo era una persona muy necesitada!) como que alguien me invitara a "desempolvar" la bicicleta, que me acompañara mientras lo hacía. Afortunadamente, los días de Paco tenían 24 horas (y eso que aquellas semanas no le faltaron trabajillos) y no le importaba perder o ganar una conmigo. No sólo estuvo durante, sino que acogió en su casa mi miedo silencioso antes y después. Y aún así consideró mi compañía un privilegio.

No todo el mundo quiere o puede rodar a ritmo de lesionado; sólo los más fuertes, como me ayudó mi Hermanito tantas veces mientras me descubría su mundo, que ahora es el mío. ¡Hay que querer mucho que el otro también vaya! Ambos cuentan con mi admiración y gratitud de por Vida, que son más que palabras.

Pensé que Paco me estaba tratando con tanto esmero para que nunca más admitiese que fuese de otra manera. Ya no bajé la mirada avergonzada, como aquella tarde de junio frente a mi amiga. No iba a decepcionarles: nunca volvería a consentir que fuese de otra manera. Me merecía, sin lugar a dudas, lo mejor.

En aquellas veladas tranquilas empecé a buscar en internet las tiendas de Oviedo y las ofertas de bicis de carretera de segunda mano de todo el país (ya que tenía que atravesarlo de regreso...) ¡No había querido saber nada de material deportivo en 6 meses, todavía me quedaban algunas de mis últimas adquisiciones por estrenar! Por las tardes volví a pedalear sola hasta Trubia o San Andrés, para tomar café escribiendo en mi libreta, como si estuviese en el más largo de mis viajes. Eran esos momentos de intimidad con uno mismo cuyo respeto coincidíamos Paco y yo en valorar, sin que ello suponga desentenderse del otro.

Fue en Asturias donde confirmé la venta de Ainielle a un compañero de Misjueves. ¡Tendría buen jinete y sabría de ella de vez en cuando!


Cuando regresé al Ático a mediados de agosto proseguí la búsqueda, aprovechando los viajes a Alcoy y alguna tarde de cervezas con mi amiga Olatx, para visitar las mejores tiendas de bicis de la comunidad. Escogí una carpeta para guardar folletos y precios de los modelos que barajaba. Poco a poco fui descartando, mejorando mis pretensiones, sin llegar a que fuesen demasiado ostentosas para el ciclismo de carretera que yo iba a practicar. Primero decidí que quería un modelo de chica, luego que no fuese inferior a las prestaciones que había tenido con Ainielle (de lo contrario nunca me sentiría satisfecha, me aconsejó el presidente de la peña)

Hasta septiembre seguí buscando, con la esperanza de encontrar algún modelo del año anterior a buen precio; pero no quedaba nada de mi talla (XS, se fabrican pocas y con la crisis las marcas funcionan bajo pedido, apenas hay unidades en stock) Tampoco salió nada de segunda mano. Así pues, sería nuevecita y del catálogo entrante. Quedaron finalistas la Orbea Orca Bronze y la Scott CR1 Team (como Ainielle) En cuanto al proveedor, la compraría en Alcoy, que era el único sitio donde se comprometían a traerme los modelos Contessa de Scott (¡siempre me había sonado fatal lo de Contessa!) Me hablaron también de la Scott Foil, aunque quedaba fuera de mi presupuesto: con el 105 yo iba más que sobrada.

... Hasta que un compañero del instituto me convenció de que gastara un poco más y me quedara la Foil (con Ultegra) El presidente de la peña opinó que si la cambiaba tenía que quedarme la que me entrase por los ojos. Todas mis bicis, desde la GAC que tuve desde los 6 años hasta que terminé la carrera, habían sido azules. La nueva Ainielle, en cambio, es negra como un tizón, con unas rayas pintadas con tanto esmero que, si la miras desde atrás, parece morada. ¡Nunca había visto una bici tan extraña! Pero es mi Ainielle y yo soy una mujer de su casa, bueno, casera poco, quiero decir de los suyos.

La encargué a finales de septiembre, con las ruedas mejoradas a las Ksyrium Elite. ¡Si conseguía superar esta recuperación, merecía la bicicleta que quisiera! A estas alturas me habían convencido por completo mis amigos: merecía lo mejor. La única pega era que tardaría todavía un par de meses: la primera fecha que me anotaron en el papel del presupuesto fue el 25 de noviembre. Mientras tanto, en la tienda me prestaron a La Princesa, de cuyas curvas me enamoré, pero seguía siendo una talla grande.

Para las fechas en las que estaba prevista la llegada de Ainielle, me acababa de caer en una ruta de la peña y había perdido la escasa forma que había conseguido ganar en los dos meses que llevaba rodando. Me daba ganas de llorar imaginarme con una bicicleta tan cara entre unas piernas que ni siquiera la podrían mover. ¡Nunca volvería a ser un jinete digno de ninguna de ellas! Casi me alegré de que la fecha se pospusiera para la semana después de Reyes. Para la nueva fecha había perdido tres kilos a causa de un virus intestinal que me tuvo a régimen todas las navidades y atravesaba una gripe que me llevó con la lengua sacada y los músculos atrancados hasta mitades de febrero. Ainielle seguía retrasándose, como la salud que les había pedido a los Reyes Magos, que ya llevaba cerca de dos años de retraso.

Casi perdidas las esperanzas, el lunes siguiente al durísimo viaje de final de temporada (superado con algunas recidivas), el 1 de mayo, recibí una llamada de Sanegre: mi bici estaba en la tienda. Casualmente esa misma tarde tenía cita en Fisiojreig, así que aprovecharía el viaje para recogerla. La estrené al día siguiente, en una salida poco afortunada en la que el tornillo del protector de cadena se desenroscó, bloqueó los platos y me dejó tirada.

No fue hasta un mes después cuando empecé a subir. Sentí que realmente celebraba su llegada la mañana que me invité a mi primer carajillo junto a ella en El Chaparral. Dos días después subimos el Puerto de la Chirivilla: ¡había tardado dos años en volver! Ainielle Pequeña (así la llamo por lo reducido de su talla, que me resulta tan gracioso y cómodo) se va haciendo mía a medida que corren las anécdotas de cada salida irrepetible que pasamos juntas, cada día le descubro un detalle que la hace bonita.

Ainielle Pequeña
El primero, por supuesto, para Pakiyo.
Espero subir otro por cada uno de los que me esperasteis un instante, aunque todavía tengo "un poco de miedo y reparo" y algunas rachas de dolor.











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