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jueves, 8 de marzo de 2012

8 DE MARZO

Todos los años me toca informar en las tutorías de las distintas actividades y concursos que se realizan en torno a la festividad de la "mujer trabajadora", festividad que nunca compartí, sobretodo porque no es festivo. Sólo una vez aproveché la ocasión para publicar un relato basado en la Vida de mi madre.

Desde hace 13 años han seguido invitándome a participar en todas las convocatorias. A estas alturas, ya no necesitaría escribir sobre las experiencias de otros; las propias darían de sobra para llorar y para reír, como algunos pasajes de aquel cuento galardonado, tan absurdos que el ánimo no sabe si recibirlos con risas o con lágrimas.

Hace unas cuantas primaveras escribí "Casi un objeto", no la novela de Saramago, sino unas cuartillas reflexionando sobre algunas situaciones de mi Vida que esperaba no repetir. Al dejar caer el punto final, pensé que el trabajo ya estaba hecho. ¡Qué ingenua y qué comodona! Faltaba, como siempre, actuar en consecuencia.

Durante estos años volví a meterme en la ducha tratando de arrancarme la acre sensación -aunque ya no era nueva ni me amargaría la jornada, no lograba acostumbrarme- de ser un jarrón chino, con el agravante de que ahora en los hipermercados del gremio se consiguen a tan módico precio cuantos uno desee, que no importa si de un manotazo -queriendo o sin querer- los hace añicos uno tras otro. Pasaba la esponja con suavidad, ni siquiera me enfadaba ni cogía las llantinas de antaño (Tanto debí de restregar que otros días tuve la sensación de ser invisible)


Por mucho que me bañara con Nenuco y me arropara en mi pijama infantil recién lavado, aquellas líneas volvían a reescribirse sobre mi piel. Pero podía irme a la Montaña, emprender un viaje en bici, correr, correr, correr... tanto y tan lejos que ya ni me acordara; eso era lo malo, que volvía feliz y se me había olvidado...

Hasta que un día de invierno me levanté y no podía correr, ni siquiera montar en bici, ni siquiera salir a andar por la Montaña, ni siquiera bajar a la calle cuando quisiera. Ya no era posible olvidar; además, como no hacía deporte, ni me duchaba.  Comprobé que las palabras escritas sin llevarlas a la práctica no habían servido para nada, más bien eran un estorbo, una ridiculez. Pero entonces las fuerzas no me alcanzaban para dejar de caer. Mi antaño férrea voluntad sólo asomó en el resquicio de unas breves líneas de mi última libreta:

No ofreceré ilusión a cambio de dudas,
amor a cambio de egoísmo,
ganas a cambio de pasividad,
pasión a cambio de medias tintas,
confianza a cambio de inseguridad.

No volveré a malgastar mis fuerzas,
mi Vida,
mis recursos.


Me aferré a ellas como una tabla de salvación a la deriva. Me ahogaba en el balcón de un cuarto sin ascensor en plena urbe.


Volvemos a comentar en clase "La igualdad íntima", el texto que dio pie a "Casi un objeto". A veces los alumnos esperan que yo opine sobre estos temas (soy una profe "moderna" y activa), como en el cole escuchaban mis compañeros mis redacciones premiadas. Hace años que me avergüenzo y bajo la mirada, porque lo que pueda decir no lo he aprendido por ser "la más lista de la clase", sino precisamente por todos los errores que cometí.

Hoy les diría -no sólo pensando en mis alumnos ni en las "mujeres trabajadoras", sino en todos los Seres Humanos que se curran la Vida y la estiman-: no mantengáis ninguna relación que socave vuestra autoestima; por resplandeciente que sea la moneda de cambio, siempre se acaba perdiendo.

Es pura matemática: la autoestima es inversamente proporcional al umbral de tolerancia. Es decir, si merma, toleraremos cosas que no deberíamos tolerar, lo cual nos hará sentirnos peor y toleraremos lo intolerable hasta olvidar que no debíamos tolerar... Entonces tu propia Vida te parece absurda y le pierdes el respeto y te abandonas en todos los aspectos.


La respuesta a la pregunta "¿Por qué consiento lo que no debería consentir?" nunca es "Por amor". El amor puede ser ciego, pero no idiota. Indagad dentro de vosotros esa respuesta. Cuando la tengáis, seréis capaces de rechazar con firmeza lo que no os conviene.


Lo importante no es que os digan que os quieren, ni siquiera que os quieran, sino que os sintáis queridos. Lo que se quiere se cuida, no se maltrata ni se ignora. Cada minuto de vuestra compañía es un regalo maravilloso. No permanezcáis allí donde no sea valorada. SIEMPRE EXISTE UNA MANERA DE MARCHARSE. Quien piense que estaréis ahí, os trate como os trate, es un iluso o un soberbio.


Es en la juventud, en salud, cuando estamos en disposición de elegir. ¡No perdamos esos preciosos instantes! ¡Ni siquiera nos entretengamos en escribir un renglón más: manos a la obra de nuestras Vidas!

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