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martes, 8 de noviembre de 2011

     Hace unas semanas, leyendo "El verano de los perros flacos" de Pedro Bonache, empecé a plantearme algunas cuestiones de Narratología, especialmente la influencia de las nuevas tecnologías sobre las categorías del relato. Seguro que en la Facultad de Filología -que se rige más por los dictados de la moda que la Pasarela Cibeles- se han publicado ya tesis doctorales sobre ello; no obstante, estas reflexiones acicatearon mi pensamiento y me distrajeron como hace años; eché de menos las tertulias literarias con mis mejores amigos a la lumbre de un café o una cerveza (en la última década sólo las he entablado deportivas)
     Sin duda, los nuevos canales han originado nuevos géneros, como el "post" o el "comentario" (palabra que ha adquirido un nuevo significado), con nuevas reglas, que dirigirán los gustos del lector, arrinconando otros u obligándolos a adaptarse.
      Dejando catalogaciones, estadísticas y manuales para los nuevos doctores, me planteé la cuestión desde el punto de vista del escritor maduro habituado a planificar la "carpintería" (término de Gabo) de un texto narrativo (relato o novela) para verla publicada de un tirón en papel, después de semanas, meses, años, macerando en el cajón. ¿Cómo dispone quien publica un relato en un blog el tiempo del relato? ¿Cuánto tiempo dedica al armazón del mismo? ¿Puede uno resistirse a publicar inmediatamente lo que le apetece o necesita, en pro de posteriores revisiones y correcciones en frío? En lo poco que llevo escrito con el tapiz de fondo de "ladelastrenzas", reconozco que en mi manera de contar, sí ha influido, en algunos aspectos para peor (por ejemplo, la minuciosidad con que acostumbraba a pasar y repasar antes de atreverme a mostrar un solo folio, amén de que nunca consigo el formato que quiero), en otros campos me ha hecho vislumbrar nuevas maneras de hacer.
      De los argumentos que me rondaban, elegí el más ligero. Las primeras líneas se me habían ocurrido semanas atrás, pensando en un relato al estilo de Cortázar: como una flecha, directa desde el principio al blanco, que es el final, el impacto que el mismo provoca en el lector. Me pregunté si este estilo era posible en un blog, que condiciona no sólo la escritura, sino también la lectura, más rápida y muchas veces fragmentada. El mismo motivo, si lo pensaba para publicarlo aquí, originaba una especie de diario, en el cual se convertía en el escenario de reflexiones personales al gusto del día.
     Así que he escrito -sin mucha dedicación ni esmero, lo reconozco, y bastante diversión-, dos principios para "El paseador de perros". Éste sería el principio del relato en papel...




 
EL PASEADOR DE PERROS”
(Primer principio)

"Para fabular basta un instante"
(Ángel De la Cuesta García)

     Había quedado con Javier a las ocho en el quiosco que está junto a la jaula de los pájaros. A ambos les había parecido buena idea encontrarse en los Jardines: hacía un día radiante, con la incidencia de la luz casi otoñal, que invita a cosechar los últimos rayos cálidos, las últimas tardes largas... Pasear viendo atardecer sería un colofón grato y sencillo para un día de cumpleaños, bastaría con que fuera una persona tratable. Por teléfono le había preguntado si le importaba que llevase el perro. Él accedió encantado, de hecho, llevaría una sudadera estampada con la cabeza de un lobo -el animal que utilizaba como nick-. Ella vestiría de marrón de pies a cabeza; había elegido una camiseta juvenil ceñida, una falda plisada por encima de las rodillas y unas sandalias planas; incluso se había maquillado, aunque con discreción.
     Entró al parque por la puerta Norte, como todas las tardes. Enfiló a paso rápido la avenida central, flanqueada por cipreses. Aunque era escrupulosamente puntual, siempre andaba con temor a llegar tarde. El perro tironeó hacia la pinada que quedaba a la izquierda, donde se reunía habitualmente “la manada”. Sin embargo, hoy la mujer tensó la correa sin realentizar la marcha: “No, hoy no”. Se volvió a mirar en la misma dirección que el chucho. Distinguió el pelo rubio, ondulado por encima de los hombros, los pantalones vaqueros combinados con el polo o la camisa por fuera... ¿Qué color tocaba hoy? No, hoy no. Adivinó a lo lejos el torso delgado pero bien musculado; hoy, sin embargo, no podía detenerse a ratificar que los ojos eran más oscuros de lo que pensó al principio (por “contagio” con la descripción del protagonista de la novela que estaba leyendo), ni se demoraría furtivamente evaluando la firmeza de los glúteos, bajo el pantalón ceñido lo justo para sugerir la proporción perfecta de aquel cuerpo.
     De buen grado se habría quedado allí; pero la razón venció al deseo, recordándole, como un intempestivo despertador, que nunca faltaba a sus citas y siempre acudía puntual. No hoy no. Ya habría tiempo para pasear con “la manada” la próxima semana. Dejó atrás la explanada, no sin girarse una última vez. Jondalar, la hembra moteada y el cachorro lanudo habían empezado a andar junto a una muchacha que sujetaba un pastor alemán mestizo. Remontó la loma del mirador tirando de su “caniche borde” y los perdió de vista, dirigiéndose sin más dilación hacia la avenida donde estaba el quiosco. A veces -imaginó el principio y el final de un relato-, la Vida se decide en gestos tan aparentemente insignificantes como emprender un trayecto u otro al pasear el perro por el parque. Al cabo de los años, la diferencia entre lo que uno realmente quería y aquello con lo que se conformó puede acabar convirtiéndose en un abismo (Esto no se dice hasta el último capítulo, pues lleva tiempo aprenderlo) Hacía una tarde perfecta para pasear en compañía de cualquiera que fuese del mismo parecer, así que no lo pensó más.
     Se detuvo junto a la jaula de los pajaritos, intentando recordar el nombre de las especies que unos inviernos antes había aprendido a reconocer. Javier llegó un par de minutos después. Se reconocieron en seguida.



3 comentarios:

  1. Tienes razón, ahora mismo los textos se "cuecen" en microondas, ya no en hornos morunos, con calma, con mimo, paleando y aspirando el aroma..., c omo quien lee y relee su relato antes de presentarlo..., como decias. Ahora no, en los blogs surgen los post como tracas que deben de leerse en unos 30 o 40 segundos, aunque desde luego hay blogs para todos los gustos.
    Y respecto a el "Paseador de perros", joer, lo vivo todos los días. Es un principio armonioso y que ya parte con esa especie de pena o nostalgia de quien tiene a ojo a quien anhela, al tiempo que queda con quien no conoce. Es cierto que las decisiones tomadas en unos minutos influyen en el resto de la vida..., pero en la mayoria de las veces no percibimos cuando estamos ante uno de esos momentos.

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  2. Por cierto, veo que el cristal de la mesita encaja perfectamente.

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  3. Me refiero a que paseo todos los dias a los perros, me referia a eso.

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