Era mi segundo curso lectivo, el primero en la comarca del Camp de Túria, la primera vez que explicaba Pragmática en las aulas (ciencia lingüística según la cual la primera propiedad de un texto es la adecuación. Empiezo cada clase partiendo de la premisa de que el texto es el resultado de combinar la intención del autor con la situación comunicativa) Si algo podía conseguirse escribiendo, yo lo conseguiría.
Escribiendo conseguí hacer el viaje con el que había soñado todo el otoño. Sin embargo, no siempre estamos a la altura de nuestras palabras. Cuando descubro eso de los demás, me decepciono profundamente; cuando lo comprobé en mí, el vacío no hallaba consuelo. Hace siglos que la Historia de todas las Artes constató que calidad artística no es sinónimo de calidad humana. No se le puede enmendar la plana a la Vida escribiendo ni se puede digerir el absurdo ganando carreras. Vivir es un Arte ineludible, cuyas destrezas requieren un trabajo a veces más difícil que escribir o entrenar; la coherencia, además de la segunda propiedad del texto, ha de ser un ejercicio cotidiano. Prometí no volver a utilizar mis conocimientos de Pragmática fuera de las aulas, aunque hay veces en la Vida que no nos alcanzan las fuerzas para sustentar principios ni promesas.
Cuando se desmoronaron los sueños, me encontré a la intemperie sin calor ni sosiego. El miércoles de la primera semana de febrero me pusieron una reunión a mediodía ¿Cómo aguantaría desde el final de las clases (ése era el día que terminaba pronto) hasta la insufrible e inútil reunión? Mientras preparaba la cartera, me quedé mirando la bicicleta azul que había comprado el verano anterior; desde agosto, sólo había salido una vez con una amiga. Camino permanecía apoyada en la pared del estudio, bajo la pizarra, como el arpa de Bécquer.
¿Y por qué no me la llevo y aprovecho el hueco para ir a ver eso que llaman Sierra Calderona?
La SIERRA CALDERONA es una alineación montañosa en las estribaciones del Sistema Ibérico, cuya cumbre más alta apenas sobrepasa los 1000m, que cometió el error de formarse apenas a media hora en coche de lo que millones de años después sería la urbe de Valencia. La mano del hombre la modificó según sus necesidades (cultivos, talas, repoblaciones ajenas al bosque autóctono...) e incomprensibles antojos (los incendios han dejado a pleno sol casi la totalidad de la sierra y la han sembrado de aliagas; el hormigón y el asfalto hacen difícil encontrar un palmo de tierra en algunos sectores; los planes urbanísticos acechan sigilosamente para lanzarse sobre la presa en peligro de extinción cuando menos lo esperemos) Nunca la conocí tal como la describen los libros o mis compañeros: el incendio del 92 la dejó convertida en una modesta Montaña deforestada, sin atractivo aparente. Sin embargo, fue precisamente su austeridad y su cercanía lo que me cautivó desde la primera salida.
En la Navidad de 2001 había comprado tres libritos que resultaron ser los clásicos de Vicente Coscollà, aunque para mí descubrir una ruta era todavía sinónimo de caminar y no los había utilizado. Aquel primer miércoles de febrero del año 2002 me llevé el azul, que abarcaba la zona más cercana al instituto. Sujetaba el librito con un pulpo en el transportín, junto al forro polar y la comida; lo memorizaba o paraba a consultarlo en cada cruce, en realidad seguía marcas de PR. Pensaba que podían servir los mismos recorridos que a pie, la única diferencia era que en algunos tramos me tocaría arrastrar la bici.
Descubrí a la par la dureza de las rampas de la Sierra Madre y los primeros almendros en flor de la temporada, que desde entonces consideré la imagen personificada, o mejor dicho "arbolizada" de la Esperanza. ¡Ambas cosas me parecieron bellísimas! ¿Cómo podía cansarme tanto en tan poco tiempo? ¿Cómo podía llegar a casa tan satisfecha? “Una felicidad tan sencilla como irla a coger de los árboles”, describía en mi libreta.
Ruta de Potrillos |
No falté ni un solo miércoles, hubiese o no hubiese reunión. Recuerdo la primera vez que contemplé atónita el poblado morisco de Hoya desde el Collado de Las Lumbres, a los pies del Topero; periódicamente vuelvo a redescubrirlo, como nos maravilla la Vida en el momento menos pensado, cuando ya ni siquiera lo esperábamos.
Poblado de Hoya |
Me sorprendió también la proliferación de caseríos abandonados que fueron antiguas bodegas, donde algún lugareño se rehabilita una modesta casita para pasar buenos ratos.
Bodegas de Torres |
Quería conocer las fuentes,
Fuente de San Isidro, Gátova |
las masías históricas,
Masía de las Dueñas (S XV), Alcublas |
Masía de Uñoz (S XII), casa natalicia de una hija de Jaume I |
los puertos,
Desde el Puerto de la Cueva Santa |
que las reseñas nombraban o identificaba en el collage de mapas 1:25.000 que me había fabricado. ¡Cuántas joyas albergaba la humilde sierra en sus entrañas!
En tres semanas estaba comiéndome un “espencat” en la cumbre de la Bellida, tiritando. (El concepto de excursión incluía comida y siesta) Los días más fríos, buscaba la austeridad de Las Navas de Gátova, para disfrutar el contraste con el baño hirviendo al llegar a casa.
Desde Las Navas |
A final de curso cruzaba la Sierra para descender por su otra vertiente a los pueblos del Alto Palancia, re-creando las jornadas de pedaleo del Camino. Los 20-30 km iniciales se habían convertido en más de 80, que me metía entre pecho y espalda con una módica empanadilla del pueblo que tocara. Fue el curso de la “Trans-Segorbe” (encontrar todas las formas posibles de hacer una circular de ida y vuelta entre las dos capitales de comarca, saliendo desde la puerta del instituto)
Segorbe |
Alguna vez llegué al coche con las últimas luces: entonces no conocía los caminos y los topónimos que hoy ubico de memoria. Al regresar a la ciudad, pedaleaba hasta el Parque de Viveros, enfilaba su avenida central (Hermanos Machado), Los Campos Elíseos, con la vista fija en el Árbol de la Victoria (una jacaranda), y me sentaba a escribir en la mesita del quiosco donde tomaba un bombón para mantenerme despierta el resto de la tarde.
Al cumplir su primer año, Camino estaba a punto de celebrar el km 5000. Los ritos y las rutas se repitieron hasta interiorizarlos, variaron para mantener la motivación, regresaron con los cursos. El hito de Mismiércoles, ahora Mismartes, un tiempo Misviernes, ha marcado durante la última década mi semana laboral, ha avivado mi rutina de invierno... He recorrido la Sierra Madre antes y después de cada viaje lejano, de cada carrera importante, como quien se despide y regresa a casa. La he regado con mis lágrimas, la he surcado de euforia, le he hablado mucho, segura de que obraría en mi estado de ánimo el mismo milagro que aquel primer miércoles de febrero. “Si pudiste volver de Madrid, también podrás con esto” -me repetía ante las dificultades mientras pedaleaba; funcionó siempre, hasta que me lesioné.
Cuando dices que "cometió el error de formarse...", la estas dotando de Vida (con mayuscula como siempre la escribes)..., y debe estarlo porque eres capaz de estar en ella horas, horas y mas horas.
ResponderEliminar¡Sí, está viva! La personificación es intencionada, aunque no demasiado evidente, porque ese vínculo que yo establezco con las Montañas suena a locura. No necesito perder lo que amo para valorarlo, pero a veces acabamos cayendo en la dejadez; me pregunto cómo hubo martes que me quejé del frío o del cansancio o no se me ocurría qué ruta hacer; ahora me gustaría estar con ella todo el tiempo, recorrerla por donde me apeteciera, cada día que la contemplo radiante en el horizonte...
ResponderEliminarExacto, siempre está ahí, en el horizonte..., y bueno, menos mal que cometíó ese "error", está tan cerca y siempre ahí, que nos sobrevivirá.
ResponderEliminarFue mi primer deseo. Años después mi compañero todavía lo recordaba y me llamó para felicitarme: "Ya tienes lo que querías: un instituto desde el que se vea la Calderona". Decía que lo primero que recordaba de mí era verme todo aquel invierno subiendo y bajando la bici del coche, preguntándose qué tejemaneje me llevaría con ella.
ResponderEliminarNo hay bici en el mundo que halla subido y bajado mas veces de un coche, y no digamos de un ático, que Camino, je, je, je.
ResponderEliminar¡Que se lo pregunten a mis lomos! A ver si lo solucionamos pronto; aunque, una vez arriba, en el Ático no se está nada mal.
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