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lunes, 18 de julio de 2011

UN DÍA EN EL PEDREGAL DE SAN ANDRÉS (Con gratitud)

          Pido un pozal de café y me siento a escribir en la terraza de un bar de pueblo, como tantas veces viajando con Camino. Aquí en el Norte, pasado el puerto de Guadarrama, si no añades "grande" al pedir el café con leche, se queda en un cortadito. "Mediano" me lo han puesto hoy. Hace semanas que no escribía en mi libreta, desde que aprobé el Portugués, porque volver a mi lengua y a los bolígrafos de siempre significa volver a mirar mi Vida, reconocerla, y eso es precisamente lo que rehuido hasta el final.
          Al ir a poner la fecha me doy cuenta de que he olvidado qué día es. Es a esa altura del verano cuando verdaderamente siento que estoy de vacaciones. Deduzco que es lunes, porque ayer fuimos al mercadillo de Grado, que es los domingos. También me voy levantando y acostando más tarde, aclimatada a la metereología y a las costumbres de la casa. No hay prisa. Mis rutas ahora son cortas y aquí nunca acecha el calor. La aldea tarda en despertar; permanece todo el día silenciosa, hasta el punto que si dos vecinos se ponen a charlar a la hora de la siesta, ya no consigues conciliar el sueño. Desde que vine no he visto la tele, ni siquiera de fondo.

          Perdido sigue ladrando como un perrito de capital, persiguiendo a las gatas, pegado a mis talones. Aquí puede acompañarme a correr, son apenas 45 minutos a la fresca, aunque ya le voy cansando: será que mejoro. Salimos a media mañana, digerido el desayuno, mientras mi anfitrión pasea a Lúdor (su perro) y da de comer a los animales de la vecina. Trotamos hasta Trubia (unos 5 km de ida y otros tantos de vuelta), adonde esta tarde he llegado con Camino. Luego regresaré visitando los pueblines. ¡Nunca imaginé que en Asturias hubiese rutas tan llanas, con lo que me costó ciclar las veces que la atravesé! "La senda del oso" pasa por la puerta de casa. Un  par de tardes (una en bici y otra a pie) la hemos tomado en dirección  Proaza. Mi anfitrión dice que cambia todavía para mejor si tienes alguien a quien comentarle lo bonito que es. Sola salgo en dirección contraria.


         




           Las pistas forestales transitadas (no sé si quedará alguna de las que tanto me hicieron sudar) están todas asfaltadas. Lo comprendo si pienso en el incómodo barrizal en que se convertiría esto para la gente que trabaja en el campo. Sin embargo, me resulta inexplicable que "La Ruta del Alba" -que anduvimos ayer-, un precioso cañón dentro de un bosque de castaños, avellanos, robles, nogales..., esté casi completamente asfaltada y hasta con su tramo "en obras", además pueden circular los coches. No se necesita track ni reseña para orientarse en los paseos que me puedo permitir ahora; pero voy grabando para aprender a adjuntarlos. De momento hago pruebas con las fotos, aunque todavía no sé darles el tamaño que quiero y ponerlas donde me dé la gana ni escribir sobre ellas... ¡Me harto pronto del ordenador!


           Empezamos a andar pasadas las 5 de la tarde, después de una mañana de mercado, una comida improvisada en la esterilla (¡riquísima, como todas a cielo abierto!) y un carajillo tan grande como el café con leche mediano (¡costumbre asturiana que me encanta!) Había dejado de llover, aunque seguía haciendo frío, al menos para mí. Mientras conducía de regreso, no me percaté de que daban las 10 de la noche, y todavía había que ducharse, cenar (ensalada con pan y fiambre: menú que he "impuesto" en la rutina de la casa) Para mi anfitrión llega entonces la "hora feliz": le gusta sentarse un buen rato en el ordenador. Yo me quedo alguna vez escribiendo o tratando de aprender los entresijos del blog; aunque anoche, como corresponde al plácido, casi imperceptible, cansancio del senderismo, no quise encender el ordenador; me llevé la infusión a la cama para adormilarme leyendo. Me he levantado pasadas las ocho...
          ... Vuelvo a empezar el día, sin saber ya cuál estoy contando. Parecen iguales. No lo son. Se llenan de una rutina no tiranizada por relojes, sirenas ni calendarios. Mi amigo se marcha a trabajar sin prisas y le veo regresar sin agobios. ¡Qué distinto a mis "días lectivos" en la capital! Los días se llenan del rato del desayuno, la horita del deporte (aquí estiro con parsimonia en el corredor, relajando la mirada en el estrechamiento del valle),


 de fregar, poner la colada, comer, merendar, tomar café, ir excepcionalmente de compras al pueblo o a callejear por la ciudad. El sábado por la noche se llenó del cumpleaños de Eva, una entrañable fiesta que surgió de la bruma en la ladera de una colina.

         
 Soy bienvenida a esta rutina.


                                                                                                              ¡Escucharlo es un bálsamo que me sienta muchísimo mejor de lo que puedo expresar! Mi anfitrión no quiere que me marche -¡si ya llevo más tiempo del que creí que me aguantarían!-, me repite que le gusta encontrarme trasteando cuando se levanta o al volver del trabajo, que es un privilegio tener en casa a una persona como yo. "Eso es que no me conoces!", le advierto. Me ruborizo, incrédula. Luego pienso: "¿Y por qué no?" Soy una mujer joven, independiente y no suelo llevarme mal con nadie (o me llevo bien o antes me marcho) ¿Cuántas mujeres habrán muerto con las manos despellejadas sin haber oído nunca lo que me están diciendo y demostrando a mí, sin haber sido conscientes del valor de su presencia en una casa que quizá contadas veces abandonaron?
          ¡Era lo que necesitaba: el podium de la cotidianeidad! La niña que nunca se vistió de rosa ni se dejó cuidar, en plena veteranía quiere ser princesa. Traje algunas referencias equivocadas que era preciso mirar con perspectiva para cambiarlas.
          ¡Qué idiota es el corazón! Porque el mío ahora dice que debo volver, acabar el trabajo pendiente, cumplir mi deseo de la Noche de San Juan: quiero recuperarme, física y psicológicamente, para ver qué me depara la Vida más allá de la enfermedad y el desamor. Algún día, le digo a mi anfitrión, volveré pedaleando con mi bici Camino.
          Espero dejar en El Pedregal de San Andrés un amigo. Un amigo que allá por el mes de abril, cuando me aterrorizaba la llegada de estas fechas, sin conocer todavía mi rostro ni mi voz, me aseguró que no tendría que pasar el verano en el balcón y me ofreció la casa que ni siquiera le pertenece. Me valió el ofrecimiento y la lección.

1 comentario:

  1. Gracias amiga...!!! y ya sabes que siempre tendras a este "amigo" del El Pedregal.
    Y por supuesto... estaré deseando que vuelvas, y esta vez pedaleando, QUE TU PUEDES!!!
    Un abrazo y no olvides que te queremos mucho por aqui.
    Tu amigo y anfitrion del Pedregal.

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