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lunes, 9 de julio de 2012

MARTES DE CENIZA

Todavía no había terminado de regocijarme con haber vuelto a la Mosquera y encontrarla intacta, cuando el fuego empezó a asolar otros parajes tan queridos. El viernes a mediodía encontré la casa llena de cenizas del incendio de Cortes de Pallás; el sábado, rodando por la CV 35, distinguíamos claramente el foco de Andilla y otros dos más pequeños, probablemente ya en Pardanchinos y la Concordia. Pensé en las Bodegas de Gea, en las "rutas casineras" del próximo curso; habían vulnerado las fronteras de "La Reserva", el "Territorio Bici" estaba ardiendo, ¡nunca imaginé que fuera tanto!


El incendio de Andilla se originó el viernes 29 de junio y el martes 5 de julio todavía no estaba apagado. Necesitaba ver la tierra, valorar por mí mísma a cuánto ascendía el desastre sentimental (el ecológico ya traslucía en los medios de "comunicación", en fin, nada que no se arregle con las "ayudas" prometidas) Me iba haciendo una idea por los mensajes y las fotos de los amigos que trabajan en las brigadas forestales -ellos sí me transmitían algo-, pero quería sufrir el impacto cuanto antes y, al mismo tiempo, dejar que mis lágrimas cayeran sobre la tierra devastada, como si así pudiera abrazarla, reconfortarla. No obstante, me pareció una imprudencia internarme con Camino en las Montañas todavía humeantes (seguramente acabaría incordiando más que otra cosa), así que, con rabia y desasosiego, cargué a Ainielle Pequeña en la ranchera y nos dirigimos a Segorbe. De paso, aprovecharía para estudiar parte del itinerario del sábado siguiente.


Aparqué frente a la cooperativa de Segorbe, que era una fiesta visitar los días de descanso deportivo cuando estábamos en Sot. Al terminar la ruta, hoy también haría la compra aquí. Me acerqué a Altura, pero desde allí no encontré manera de seguir la antigua N-234: habría que regresar a Segorbe y tomar dirección Navajas por comarcal hasta dar con ella. Los bomberos de Madrid estaban desyunando en la terraza de un bar de Altura, con pinta de no haber dormido; deseé que aquello significara que la pesadilla había terminado. Desde allí no se veía humo, tampoco vegetación quemada.


Sin embargo, al remontar la cuesta de San Blas hacía Jérica-Viver, descubrí los aviones y helicópteros que iban a cargar agua (probablemente al pantano de Arenoso) ¡Demasiadas idas y venidas para que todo estuviese controlado!


Sobrepasado Viver, tomé a la izquierda la CV-235. No hizo falta internarse mucho para descubrir las dimensiones del infortunio. En la margen izquierda las cenizas llegaban a orillas del Palancia.


Las fui siguiendo, incapaz de llorar ni de seguir haciendo fotos. En la cuneta se paraban a filmar los primeros coches de Canal 9; unos metros más allá, algún lugareño evaluaba los daños.


A la entrada de Teresa comprobé que "El árbol que se comió la señal" sigue vivo, y bien alimentado, pues de la señal de tráfico que lleva en sus entrañas ya no se ve nada. Se distinguía perfectamente el poste y el número limitador de velocidad la primera vez que mi compañero me lo mostró, hace once años, en nuestra primera aproximación a Peñascabia. Era 1 de mayo e, insólitamente, se puso a nevar a media mañana. Con la equipación de entonces teníamos tanto frío que hubo que retroceder. ¡Qué bien le habría venido al monte esa nevada estos días!


No sé cuándo fue la última vez que distinguí un cachito de señal en la panza del platanero. Llevo once veranos rodando a los pies de Peñascabia. En julio de 2001 veníamos desde Andilla, como el fuego. Cargábamos mi mochila de travesía con los sacos y el hornillo. Mi compañero se avergonzaba de que yo le porteara sus bártulos -él todavía no tenía mochila grande-; pero a mí me hacía feliz comer en medio del monte y dormir donde nos cayera la noche. La primera que pasamos juntos (castamente) cayó en un poco poético olivar a las afueras de Bejís, que nos supo a gloria después de las cervezas en la terraza de "El bar pita". Habíamos caminado todo el día, perdidos desde la mañana; se nos había terminado el agua como a los novatos. Nos reorientamos en las inmediaciones de Sacañet, por donde ahora ha atravesado el frente. ¡Podría haber ardido aquel día, cualquier día que, ajeno a especulaciones, un montañero feliz haya salido a caminar!


En febrero del año siguiente conseguí subir con Camino a la Bellida (entonces para mí era una proeza), desde donde contemplaba el vasto territorio todavía inexplorado. Todo lo que divisaba desde allí ha sido pasto de las llamas. Lo comenta la gente en el bar de Bejís: en Alcublas siguen rebrotando conatos. En "El tren pita" se ha vuelto a ir la luz; tomo un cortado en el bar de al lado, mientras escucho y leo el periódico. Los columnistas, indignados, ofrecen datos y nombres concretos de los culpables de la mala gestión o no-gestión del trabajo de extinción: el presidente del gobierno se fue al fútbol, una consellera lamentó que muchos valencianos se perdieran el partido "por culpa del incencio", políticos con cargos relevantes pasaron la tarde en las redes sociales, defendiendo lo que les pueda quedar de "prestigio" y lanzando el "tuit" de la culpa al adversario. Al fin y al cabo, los pinos no votan y en los pueblecitos afectados hay censada poca gente; lo que importa es la opinión de quienes sabrán del incendio a través de una pantalla, quienes no percibirán el olor y el silencio de las cenizas, quienes no verán el monte en pena desde sus ventanas, hasta el día de su muerte, quienes ni siquiera vendrán a pasear una mañana... Ésos son quienes importan: los informados votantes.


El desasosiego que me produce la lectura contrasta con la serenidad que he sentido siempre en estos lugares, con la satisfacción de las jornadas de ruta. Cuando me levanto para marcharme el calor arrecia; unos lugareños me indican que hay agua fresca en un lateral de la plaza. "La Fuente de las Añoranzas" -nunca me marcho sin llenar el botellín-, la que tanto nos alegramos de encontrar aquella tarde que andábamos perdidos, de la que me prometí volver a beber desde la cumbre de la Bellida, para espantar las añoranzas.


¡Y ya lo creo que volví! El julio siguiente me extraviaba sola con Camino hasta el atardecer: más de 80 km de montaña con una empanadilla de pueblo. ¡Nunca fue tan profunda la Ausencia! Hasta que conseguí juntar todas las referencias. Iba comprando los mapas 1:25.000 del IGN según los recorría; pegué más de una docena: desde El Toro (al Norte de Bejís) hasta el Sur de la Sierra Calderona (el "Territorio Bici") Hoy no pondría el dedo en ninguno de ellos sin quemarme.

"De las cosas que tienes, escoge las mejores y después medita cuán afanosamente  las hubieras buscado si no las tuvieras" (Marco Aurelio) Mi compañero me tendió el sobrecito de azúcar de su primer café en "El tren pita", que once años después cuelga ennegrecido de un imán de mi nevera.


2 comentarios:

  1. Bueno, yo he tardado mas que tu en acercarme a la frontera de la muerte..., y ha sido tan absurda mi actitud que he llegado a pensar que por lo menos, mi territorio bici, que mis rutas rutinarias continuaban igual de verdes, eso si, pero teniendo a la vista, allí en los horizontes, la tierra quemada.

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  2. Todos pensamos primero en nuestro hogar; pero es fácil ponerse en la piel del vecino al que se le quema la casa. Yo he escrito retazos de mi Vida en tantas Montañas que me siento en casa en todas ellas (de las cuatro que llevamos quemadas en este inicio de verano, guardo gratos recuerdos), pero en las afectadas por el incendio de Andilla he pasado muchos días y parte importante de mi corta historia.

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