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lunes, 16 de julio de 2012

MIÉRCOLES DE CENIZA: Segorbe-Rivas-Jérica-Segorbe

Solíamos ir a buscar setas por esa zona. Por entonces, el compañero con el que empecé a descubrir "territorio" entre Andilla y Bejís, hacía tiempo que era mi pareja. Veníamos en bici desde Sot de Ferrer o nos acercábamos en coche si quería que Perdido también disfrutase un rato; lo trajimos el primer día que me refugié en el Nogal...

Hoy he empezado por otro camino; pero la manera más fácil de llegar a esta zona es salir por carretera desde Altura hacia Alcublas (Puerto de la Cueva Santa) Un poco antes de la Masía de Rivas (convertida en restaurante), tomamos un camino de tierra a la derecha.

El día ha salido nublado. El tono apagado del cielo disimula el contraste del gris ceniza. En la distancia cualquiera diría que se ha adelantado un hermoso otoño.



Pero pronto constatamos el presente de la Montaña valenciana: un tóxico guiso de fuego y cemento, aliñado con bastante chorizo.



Hace al menos cuatro años que no venía por aquí, pero anticipo certeramente los hitos de la memoria. Sé que no estaba lejos de la Curva de la Soledad.


Aquí me senté a esperar, mientras mi ex-pareja corría o recolectaba algo, no recuerdo, tampoco sé por qué -inusitadamente- yo estaba parada, mientras el tráfico de la cantera casi atropella a Perdido, sin que el susto lograra inmutarme demasiado. Si me busco en la memoria, me veo cansada. Los análisis médicos arrojaron cifras de una anemia preocupante, era mi primer invierno corriendo; yo en aquellos meses me recuerdo exhausta de esa soledad cuyo abismo nombré por primera vez sentada en las piedras de esta curva: la "soledad en compañia" de la que tantos años tardaría en desasirme, que perseguiría y agostaría mi corazón, como las llamas, aunque cambiara de sierra. Así que no debe de andar lejos, porque me levanté y caminé lentamente hacia él, con Perdido atado a mi cintura, acaricié su corteza, me refugié en su frondosidad, busqué su amparo mientras le contaba... Hasta aquí no ha llegado el fuego; he pasado la noche pensando en él, quizá le encuentre con Vida, como al "Árbol que se comió la señal"...


Pero el hermoso ejemplar de nogal ha muerto calcinado. Conserva verdes algunas de las ramas más altas, como gritos que quisieron aferrarse a la Vida.


Lecho del barranco donde se encuentra el nogal
Un poco más adelante, en el mismo barranco, algunos de sus hermanos pequeños han sobrevivido milagrosamente. Secan mis ojos con un atisbo de esperanza: quizá se detuvo aquí, tal vez el Nogal fue el último que murió.


Sin embargo, no doy demasiadas pedaladas sin comprobar que el frente se burló de nosotros (de los árboles, de los pájaros, de los bichos que reptaban o corrían, de los habitantes de estos pueblos, de los equipos de extinción que se jugaban la Vida, de mi ánimo, que se ha convertido en un sube y baja desde que estalló la noticia...), saltando a su antojo pistas, barrancos y hondonadas.


Me detengo sobre la ladera donde veníamos a coger rebollones ¡Y se criaban bien! Recuerdo la ilusión de mi pareja cuando algún compañero le revelaba dónde encontrar alguna especie apreciada. ¿Habrá venido él a ver cómo está esto? Nosotros ya no volveremos a buscar setas en esta pinada; moriremos antes de que estos parajes vuelvan a ser como los conocimos (si es que alguien vuelve a ser como fue... Quizá la Madre Tierra sí tenga ese poder para borrar cicatrices)



Gran parte de mi historia está escrita en la Tierra que he pisado (para mí, la parte más relevante) Al verla ahora así, siento que algo se me escapó para siempre; al mismo tiempo, durante estas semanas evocando anécdotas por esta comarca, me doy cuenta de que hay muchas cosas que echo de menos, no sólo los lugares. ¡Me alegra sentirlo! Es como si Ella me dijera que ya era hora de que las echara en falta, de que empezara a buscarlas allí donde verdaderamente pueda encontrarlas.


Sin urgencia pero sin dilación, con la mayor seriedad, del desastre renace la esperanza. "¡Incluso quemada está guapa la condená!", escribe un alcublano en la web del pueblo.

Al salir del barranco se distingue a lo lejos el Santurio de la Cueva Santa. Desde Teresa a Montemayor se extiende un mar de cenizas. Contemplo estas lomas como me gusta hacer desde las cumbres de Pirineos: "un mar de Montañas", que suelen estar cubiertas de nieve, de bosques, de ibones...



La motita blanca al fondo es el santurio


Apenas llevo un rato rodando flanqueada de ceniza y ya lo acuso en mis pulmones y en mis ojos. El viento levanta ráfagas de la ventisca de la muerte. Un mar de muerte... Por la noche me siguen picando; no logro arrancarme de la retina estas imágenes en una larga noche de insomnio.



Desde el altiplano giro 360º, observando en derredor las metas de muchos días de caminata o pedaleo. Han ardido los caminos de muchos sueños:

Bejís y Peñascabia al fondo

Hacia Sacañet y el GR10



El caracol que desciende o sube de Teresa ¡Qué rampa!

En este cruce en forma de T tomo la pista de la derecha (largo tramo recién asfaltado) para bajar directamente hacia Viver (no entro) y Jérica. Cerca de estas localidades se detuvo la pesadilla. Así son estos parajes en las zonas donde no ha llegado el fuego:


Los caminos






La vegetación de barranco

Tomo café en la plaza de Jérica, tranquila pero no falta de tertulianos. Un perrito sale de la alforja de un cicloturista, pienso en Perdido. En estos ratitos en los que me detengo a degustar el paso del tiempo en estos lugares, paladeo estar de vacaciones, saboreo la Vida, apacible y sencilla.

La gente de los pueblos afectados por los incendios teme perder los ingresos que generaba el turismo rural, desde el frugal café hasta la demanda de alojamiento. Yo seguiré rodando por los mismos sitios que frecuentaba. Hasta el martes, Sierra Madre, quizá antes. El día menos pensado vendré acompañada. Y una tarde no muy lejana ya no tendré que marcharme. Yo siempre he cumplido mis sueños, sin sucedáneos, aunque sea a la enésima.

Envalentonada, regreso a Segorbe haciendo series por la Vía Verde.

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