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lunes, 30 de abril de 2012

MI BICI CAMINO: TERUEL 2012 (2ª parte)

SEGUNDA ETAPA: Andorra-Villarluengo (Por Crevillén, Venta La Pintada y Ejulve) 63 km, 1222m, 4h57'

Hoy retrasamos la salida para que Jose pueda reparar un radio roto. El resto del grupo aprovechará para hacer provisiones y rescatar a los compañeros que se han despertado "encerrados en el instituto". Sí, para que les abran la puerta que encontraron abierta por la noche pero luego alguien debió de cerrar mientras ellos dormían, habrá que avisar a la misma policía a la que acabamos de devolverle la llave del pisito. ¡De película!

Acompaño a los hermanos a la tienda de bicis. ¡Me pierden! Me compro unos guantes iguales a los primeros que tuve (unos Massi azules con una rayita amarilla, los más fresquitos que he usado), casualmente el último par con el que pude hacerme lo encontré en una tienda de Tenerife, cuando fui con mi a subir al Teide. Éstos de Andorra la aragonesa voy a recordarlos también toda la Vida. Reponemos algunas viandas en los comercios locales (¡los hornos de pueblo también me pierden!), acudimos a la calle donde se está concentrando el grupo y decidimos salir. Hoy, salvo la concentración en Ejulve a mediodía, rodaremos desperdigados, cada cual a su ritmo ¡Luz y La Rubia marcarán una cadencia insostenible!

Me escapo del segundo pelotón con los hermanos; pero el viento fuerte me va retrasando poco a poco hasta que me conformo con verles alejarse (¡ay, qué caras me han costado las pocas conformaciones de mi Vida!) Rodamos por una carretera ancha (A-1416), con largas rectas en falso llano (es decir, el terreno que no es precisamente mi especialidad y me toca la moral); la resistencia del viento contra mis abultadas alforjas puede con mis escasos 47 kilos.

En Venta La Pintada nos desviamos a una carreterita (A-1702) estrecha, en ascenso (¡no sé cuántos puertos subiremos hoy, creo que tres!) Es allí donde adelanto a los hermanos, que me siguen a corta distancia sin poder alcanzarme, aunque ni me doy cuenta. Lo cual demuestra que sobre la bici a veces medito. Cuando llego al bar de Ejulve sólo encuentro a Luz, La Rubia y Jordi, que exclama: "¡Ay que ver cómo estáis las mujeres!

Ejulve. Con La Rubia

¡Bares (de Teruel), qué lugares tan gratos (y cálidos) para conversar! ¡Nunca he visitado tantos en un viaje, pero es que hace una rasca para sentarse a comer afuera! En todos nos dejan sacar nuestra comida si queremos. ¡No perdono el café con leche de la hora del aperitivo!

El tiempo hoy será tan variado como la etapa. Cuando salimos del bar ha bajado la temperatura y el cielo está cubierto. Empiezo a subir en cabeza con los hermanos; de pronto me doy cuenta de que ruedo otra vez en solitario, sin saber cómo ni por qué. Me enteraré más tarde de que se debe a que Jose ha vuelto a romper un radio. Y al poco se le ha roto otro a Sergio. ¡Están tan compenetrados! Al coronar el primer alto de la tarde empieza a nevar; me resguardo en un establo en ruinas para ponerme los plásticos y espero un ratito a que llegue el grueso del pelotón. No han podido irse por otra parte, pienso, aunque tal como va la meditación llego a dudar.

Las fotos no continúan hasta la subida del puerto de los Órganos de Montoro. Ha vuelto a salir el sol y ruedo de nuevo con los hermanos.

Órganos de Montoro. Sergio, Jose, Yo, Camino (en escala descendente)

¡Tanta elección de vestuario para no quitarme los plásticos en cuatro días! Eso sí, son buenos; no llegaré a utilizar la ropa de recambio.

Después de invitarme a unos rollitos riquísimos que han comprado en el horno esta mañana, emprendemos el descenso a la zona del nacimiento del Río Pitarque -¡preciosa!-, desde donde volveremos a remontar. La tarde se ha ido tornando eufórica ¡Parece que han pasado siglos desde que Sergio me contara el anterior viaje de Pascua en una salida de senderismo! Nos turnamos en los repechos del puerto. Me asalta, con algún rayo del sol que despunta, el pensamiento de estar haciendo las cosas bien ¡Cuánto tiempo! No puedo evitar todavía preguntarme si me alcanzarán las fuerzas para seguir siendo coherente, para no retroceder, para no reincidir en los mismos errores. Conforme se presentó el invierno, pensé que no llegaría; pero estos últimos días de preparativos, sonreía serena diciendo: "Estoy preparada, en serio, ya estoy lista" (y no pensaba solamente en la forma física)

Al llegar a Villarluengo, cuya belleza está a la altura del colofón de la jornada...


Villarluengo, a la mañana siguiente
 ...los compañeros que van delante han encontrado un alojamiento idóneo...


...ni más ni menos que un frontón cubierto...




Me quedo con Jose preguntando dónde podemos encontrar una tienda de bicis para reparar los radios. Nos mandan de vuelta a Andorra o a Teruel. "¡Esto es el Maestrazgo!", sonríe un lugareño ante nuestro desconcierto. Pronto se movilizan unos vecinos a otros para inspeccionar en sus desvanes en busca de alguna bici olvidada a la que le puedan quitar la pieza. Pero no hay suerte. Voy a Turismo, donde me informan de que en Fortanete (por donde pasaremos mañana a mediodía) hay un centro de BTT donde tienen algunos repuestos... Entre unos y otros solucionamos el problema: Marian, con un fuerte resfriado, se retira hoy, le deja su bici a Jose y se lleva la averiada a Valencia en el coche de sus padres, que vienen a recogerla; Alberto se retirará mañana a mediodía y le cambiará la rueda trasera a Sergio. Je, je, je, por lo visto la manera más rápida de arreglar una bici en el Maestrazgo es esperar a que alguien se retire. Confiemos en que no haya más bajas, ni de bicis ni humanas.
Amablemente, los lugareños nos piden que dejemos libre una parte del frontón (¡como si fuera nuestro!), pues van a celebrar una subasta para recaudar fondos, para los quintos, me parece entender, aunque hace años que nadie hace la mili. "Una longaniza se subasta / dos euros se demandan". Este pareado se nos quedará grabado todo el viaje. Mientras asistimos al festejo, nos van pasando el plato de jamón y queso, el pan, la bota de vino, el moscatel... ¡Y no traen hambre los ciclistas! Cuando empiezo a tiritar, sé que traguito a traguito me he excedido con el vino. Me da pereza pasar frío, así que decido que hoy tampoco cocino y ceno en el bar con la mayoría del grupo.

La subasta
TERCERA ETAPA: Villarluengo-Cabra de Mora (Por Cañada de Benatanduz-Fortanete-Valdelinares-Alcalá de la Selva) 85 km, 1826m, 6h26'

El etapón de hoy empieza con el cielo encapotado y de nuevo en ascenso. A media mañana estamos a 2º. Día de carajillo, pienso. Al coronar el primer repecho, en una aldea en cuyas calles no vemos ser humano, me concedo el deseo: he llegado con los primeros y se han metido en el bar a re-desayunar; la visión de la botella de Bayle's sobre la barra resulta decisiva.

Nos queda todavía la mitad del puerto (600m), pero el efecto del calentito se nota. Retomo la euforia, al igual que el ascenso, donde la dejé el día anterior. ¡Nunca debí salir de "La Reserva"!, murmuro. Hace tiempo que lo sé, incluso lo puse por escrito para dejar zanjada la cuestión; pero hasta ahora no he podido decirlo sin amargura, sin tristeza, sin castigo... Es aquí donde vuelvo a sentir que todavía me queda tiempo.

Avituallamos otra vez en el bar de Fortanete. A mediodía iniciamos el segundo puerto. Hasta la estación de Valdelinares nos esperan 30 km de subida partidos por un falso llano, en el que nos reencontraremos con la estampa nevada que ya no nos abandonará. Salimos cerrando, pronto alcanzamos a Rubén, que derrocha su fuerza y su buen carácter acompañando y ayudando a los rezagados.


Cerrando con Fortanete al fondo. Olatx, Jose, Sergio, Paco.

La tarde será dura. Bordeando la estación en solitario alcanzo a Jorge; me doy cuenta de que necesita comer y tal vez yo también, pues al no ver a nadie dudamos si nos habremos equivocado de carretera. ¡Pero si no hay otra! Le insto a sentarnos en la cuneta y tomar algo. Nos alcanza la última mitad del pelotón, confirman que este tramo de carretera lo han cambiado hace poco, por eso nos despista, pero vamos bien. Gabi nos advierte de que el descenso del puerto es peligroso, sobretodo por los domingueros que van en coche. Blanca se cae y se fisura una costilla, de lo cual no se enterará hasta llegar a Valencia (y eso que estudia Medicina); acaba el viaje con coraje, su primer viaje en bici, ¡con sólo 20 años!




Al llegar a Alcalá de la Selva, distingo el lavadero en el que pasé mi primera noche de montañera, en Pascua del año 95. ¡Qué frío con el saco edredón sin capucha y la ropa que llevaba entonces! Quizá para resarcirme y celebrar que pueda estar aquí hoy, de esta guisa, cesa el viento, se estabiliza el sol y se templan las temperaturas. Buscamos el bar del pueblo y nos sacamos las cervezas a la plaza, a disfrutar del calorcito como las lagartijas.


Nos quedan todavía 10 km de sube y baja hasta el final de etapa. Los emprendemos reconfortados por el rato de asueto.

Cabra de Mora es un pueblecito pequeño de casonas impresionantes. ¡Esto es calidad de Vida!, pensamos muchos de nosotros. Esto y poder dejar las bicis tranquilamente en la plaza e irnos a pasear toda la tarde. Nada más llegar, el alcalde nos ha dado permiso para pernoctar en los soportales del Ayuntamiento, soportales hoy de cinco estrellas, pues al doblar la esquina contamos con servicios públicos y una fuente, donde estrenaré mis guantes de fregar. "Podríamos escribir una guía turística titulada 'Ermitas y soportales de España'; con la crisis esto se va a poner de moda".



Damos un agradable y relajado paseo, que acaba previsiblemente en el bar, abarrotado con nuestra presencia. Encuentro la primera Voll-Damm del viaje -¡cómo resistirse!-, que me tomo conversando con Jose en la barra, tan animada como si estuviera en el pub de moda. Las acompañamos con unas empanadillas de queso típicas del lugar ¡No sé cuántas horas pasan, minutos, noches, siglos, la Vida...! Cuando los de la mesa vienen a buscarnos, nos hemos comido casi todo el plato de mezcladillo que nos ha ofrecido el dueño. ¡Uy, qué "contentita" estoy! Me acuerdo fugazmente de mi estómago. No tengo miedo, aquí no me sienta mal nada.

Hoy no habrá más remedio que cocinar, pues en el bar no hay cena para todos, ni siquiera bocatas.


Ya acostados, nos percatamos del "defectillo" de nuestro alojamiento cinco estrellas: hay un potente farol sobre nuestras cabezas y las campanas de la iglesia, justo frente a nosotros, repican puntualmente. Para mí no supone un problema, debidamente pertrechada con mi "set ermitas y soportales", de regalo con la guía: antifaz y doble tapón en cada oreja. Tardo un rato en cubrirme los ojos, hasta que todo el mundo se acuesta y "la habitación" queda en silencio. Me gusta escucharlo, percibir cómo se acompasan las respiraciones satisfechas, entre ellas la mía, mirar a mi compañero hecho una larva antes de cerrar los ojos y respirar profundamente, que aquí nada malo me puede pasar (no se me revolverá el estómago, no tendré recidivas, no despertaré anegada en soledad...) y, si acaso me pasara, seguro que lo resolveremos por el camino, como el problema de los radios. ¡Me habría gustado dormirme así todas las noches de mi Vida! Lo necesitaba a rabiar el año pasado por estas fechas; ahora es un sereno placer, que espero que a quienes duermen a mi lado les genere la misma complacencia.

 

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