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miércoles, 10 de julio de 2013

LOS LIBROS DE MI CABECERA: INVIERNO DE NOVELAS LARGAS (II): ALMUDENA GRANDES: "El lector de Julio Verne"


Fue durante una de esas interminables tardes de evaluaciones cuando, trasteando en los ordenadores, conversé con un compañero sobre las lecturas que más nos habían gustado recientemente. Junto con otro par de libros, me habló de las dos novelas con que Almudena Grandes había iniciado la serie “Episodios de una guerra interminable” (en homenaje a la admirada obra de Galdós)

Tanteé a Almudena Grandes en mis últimos años de carrera (Las edades de Lulú, Te llamaré Viernes), cuando yo era una lectora ávida de conocer cuanto se cocía en el panorama literario (y subliterario) nacional e internacional, clásico o vanguardista, presente, pasado o futuro... La autora, que apuntaba una carrera exitosa, no se consagró santo de mi devoción (como algunos otros autores cuya tendencia bauticé como “novela gris”, no por su falta de calidad, sino porque de ese tono me parecía el carácter de sus personajes y de sus paisajes)

En lugar del orden cronológico en el que fueron escritas, abordé primero la novela de Almudena Grandes que más le había gustado a mi compañero: El lector de Julio Verne. Sin desmerecer las dos que leí a continuación (Inés y la alegría, El corazón helado) , también a mí me parece la más lograda, una de las mejores que he leído en los últimos años.

Si bien resulta difícil sorprenderse ante un tema tan manido como el de la Guerra Civil Española, lo primero que nos impacta en este relato es el punto de vista elegido por la autora: el de un niño -que evoca por su edad y correrías al Mochuelo de El Camino-, hijo de la humilde familia de un guardia civil destinado en un pueblo al pie de la sierra andaluza. La acción se focaliza así desde dentro del cuartel, mostrándonos la miseria de quienes creíamos victoriosos, difuminando las fronteras entre “vencedores” y “vencidos”, entre “buenos” y “malos”, víctimas unos y otros del horror de una guerra que preside la cotidianeidad de todos los hogares, los montes, las calles, y parece -en palabras de la autora- no ir a terminarse nunca. En esto se diferencia esta novela de las otras dos, en las que los comunistas serán indiscutiblemente los héroes, héroes de carne y hueso si bien.

Otro de los magistrales aciertos de la autora -común en este caso a las tres obras- es la rigurosa documentación sobre los espacios y tiempos en los que discurren los hechos. En El lector de Julio Verne, los apodos de los personajes forman parte de esta ambientación, así como de la caracterización de los mismos, y dejan mella en la memoria del lector: Saltacharquitos, Mediamujer, Regalito, Fingenegocios...

El último punto que destacaré -reseñas sobre estas novelas hay a patadas-, el que me cautivó para siempre como lectora, es la integridad de los protagonistas, la profundidad de su carácter y de las relaciones que entre ellos se establecen. Emociona en El lector de Julio Verne la amistad entre Nino -el niño que focaliza el relato- y Pepe El Portugués.

Y eso que -aunque se escribieron antes- todavía desconocía el amor entre Inés y Galán (Inés y la Alegría), entre Álvaro y Raquel (El corazón helado)

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