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sábado, 31 de agosto de 2013

OTRO VERANO CON AYLA: "LAS LLANURAS DEL TRÁNSITO"


Mi mejor amigo está leyendo El corazón helado a una velocidad vertiginosa; reconoce que le ha enganchado. Comentamos la novela con el placer de mis años de estudiante de Filología, cuando al volver al pueblo el fin de semana intercambiaba con él -que por entonces se estaba sacando el graduado- descubrimientos literarios. Disfruto de este renovado vínculo de complicidad, como el que establezco caminando o pedaleando junto a alguien, para mí más antiguo incluso que éstos. Le envidio el libro que tiene en las manos: ¡ojalá hubiese durado 1000 páginas más!, ¡ojalá no lo hubiese leído todavía!

Cuando cerré la contraportada de mi tercer libro de Almudena Grandes consecutivo, estaba entrando ya el verano: semanas de caos laboral propicias para lecturas llevaderas. Había previsto adelantar mi reencuentro anual con la saga de Auel para estas fechas. Ayla me ha acompañado a lo largo de estos cuatro años de salud titubeante y he terminado encariñándome con ella; sin embargo, después de haber conocido a Inés y a Galán, a Álvaro y a Raquel, después de más de 2000 páginas de fluida prosa profunda y magistral, no me motivaban en absoluto los amores entre Ayla y Jondalar, ni siquiera me incitaban los nuevos capítulos de Águila Roja. Suele pasarme lo mismo en la Vida: cuando uno la saboreó de verdad, no le alimentan los sucedáneos, y a veces acaba condenándose a pasar hambre y soledad.

Suelo, al terminar un libro que me marca, esperar unos días antes de empezar otro, como si le guardara el luto: echo de menos a los personajes y me lleva un tiempo acostumbrarme a que no estén, apetecer otra compañía. Mientras tanto, aprovecho para leer poesía, ensayo, relatos cortos... géneros que habitualmente abandono en pro de la novela, mi preferido. No obstante, ese lunes a mediodía finalicé El corazón helado y por la noche me reencontré con Ayla, deseosa de volver a sumergirme por muchas páginas en otro mundo ajeno a mi cuerpo.

Si repasáis las innumerables reseñas de Las Llanuras del Tránsito existentes en la red, nada podría decir que no haya sido opinado (vivimos en la era de la opinión, leía hace unos días en un periódico portugués), sólo puedo aportar un punto de vista más, el mío, y sin duda es más importante y placentero escribirlo para mí que para el lector conocerlo (¿el canal ha cambiado la focalización y la función de la Literatura como hace décadas apuntaban algunos autores sin poder imaginar el nacimiento de internet? Interesante cuestión para la Crítica)

Yo no encontré en el libro nada que no esperase, si acaso -como apuntan otros blogueros- menor interés de la trama que en los anteriores y más descripciones no funcionales.
Estamos ante una novela de viajes tradicional (repetición de secuencias conflicto-peripecias-resolución a lo largo del tiempo y el espacio; personajes planos...) moteada con tintes surrealistas (véase el episodio de “las lobas” entre otros), cercana a los albores medievales del género en algunos aspectos que hoy en día se consideran defectos: la trama carece de intriga hasta bien entrada en páginas; las descripciones son demasiadas, demasiado largas y evidentemente innecesarias (apuntado por la mayoría de los comentaristas); los personajes son tan buenos o tan malos como en el Poema de Mío Cid, y Ayla y Jondalar tan fuertes y heroicos como él (aunque también lo son Superman, Spiderman y otros “manes” modernos) En cuanto a las peripecias, Auel pretende crear unas expectativas cuya resolución defrauda, como las dificultades que se prevén al cruzar el glaciar, que quedan en poco más que en congelaciones equinas y un descenso en barca hinchable.


Otra cuestión que ya planteé en los albores de este blog es la de los anacronismos. Si bien la documentación de la autora sobre la Prehistoria parece rigurosa -por lo que afirman quienes de este tema saben más que yo, aunque algún amigo me ha apuntado fallos científicos-, resulta dudoso que se diesen en la época los sentimientos y las relaciones personales que Auel tan detalladamente refleja, entre ellas la sexual (que no ha pasado desapercibida en ninguna de las reseñas) Ayla y Jondalar echan unos polvos del siglo XXI más o menos cada 50 páginas al principio, más dilatadamente hacia el final, aunque ello no impide que la muchacha quede embarazada en el momento preciso, apesar de haber seguido tomando sus hierbas anticonceptivas. Unas (las prolíficas y perfectas escenas sexuales) y otro (el final con boda y embarazo, o al revés, que somos modernos) son ingredientes básicos de la subliteratura, con una función más comercial que literaria.

Debieron de ser personas como Ayla y Jondalar (inquietas, curiosas, de mentalidad abierta) quienes hicieron progresar la civilización; pero tampoco me parece verosímil el concepto de medicina que Ayla practica, basado en los mismos principios y procedimientos que la Ciencia moderna.

No esperaba, en fin, calidad literaria; no la tienen las novelas de la saga y de esta dicen que es la peor. No hace falta haber estudiado mucho para augurar que no pasará a la Historia de la Literatura, al menos si continúa con lo mismo. Sí lo hará Almudena Grandes, aunque no venderá tantos libros en toda su carrera como El Clan del Oso Cavernario ni acumulará, por tanto, una fortuna tan ingente como Auel. Cabría aquí reabrir la polémica sobre la literaturidad o la sacralización del arte (tediosos temas de 2º de carrera que sólo retomaría frente a una buena cerveza)

Sí encontré en Las Llanuras del Tránsito lo que humildemente buscaba: la complicidad de Ayla, un viaje a un mundo remoto, hasta que el verano llegara del todo y pudiera marcharme de veras. Les eché de menos al terminar. Envidié su largo periplo; siempre deseé conocer así a la persona que amaba: caminando largamente hacia el atardecer. Jondalar y Ayla, al fin y al cabo (anacronismo o no), han llegado a quererse como Inés y Galán, como Álvaro y Raquel, ya no conciben la Vida el uno sin el otro. Y se cuidan mutuamente.

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