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miércoles, 17 de julio de 2013

LOS LIBROS DE MI CABECERA: INVIERNO DE NOVELAS LARGAS (II): ALMUDENA GRANDES: "Inés y la Alegría"


No recuerdo exactamente a qué altura del invierno la abordé, o si era ya primavera. Supongo que ya habría enfermado y buscaba una elección rápida y garantizada, en cuya profundidad sumergirme hasta olvidar mis propias circunstancias. Así se hicieron llevaderas mis horas de adolescencia dentro de la casa (nunca olvidaré la voracidad con que leí Carolina Querida de Cecil Saint-Laurent y el desamparo que sentí cuando terminó)

Casualmente, Inés y la Alegría tenía el mismo número de páginas: setecientas y pico, extensión que por las obligaciones de la cotidianeidad adulta hace años que dejé de frecuentar. Todavía la extrañaba cuando empecé esta novela, quizá por eso me impacienté con lo que al principio consideraba digresiones de la autora.

En Almudena Grandes, nunca lo son. Aunque parezca ir a marcharse por derroteros que no vienen a cuento, la “carpintería” -diría García Márquez- de la autora está tan finamente trabajada que, lo mismo da si son las 400 páginas de El lector de Julio Verne o las más de 900 de El corazón helado, cumplirá la máxima de Cortázar para el cuento perfecto: la trama es desde el principio una flecha certera que apunta al final.

Así pues, de la Inés del título nada sabremos hasta el tercer capítulo. El relato empieza introduciéndonos en la intriga política interna del Partido Comunista Español en el exilio. Los rasgos discursivos son más propios de un texto informativo que de una novela, excepto quizá los guiños con que el narrador omnisciente se permite juzgar a los personajes, por el momento figuras históricas como La Pasionaria y otros cargos menos conocidos del partido. Así pasé más de 50 páginas con la mosca detrás de la oreja, porque no era esta precisamente la narración que buscaba, que en aquellos momentos necesitaba. Me pregunto cuántos lectores habrán cometido el error de desistir aquí.

En los capítulos posteriores alternarán las peripecias del Capitán Galán y de Inés durante la Guerra Civil, hasta el momento en que ambas historias confluyan para siempre en un pueblecito del Valle de Arán (Bossost) por el que he pasado algunas veces en mis viajes de Montaña. Nunca había oído hablar de la fallida invasión desde Francia con la que los exiliados pretenden reconquistar la España franquista, episodio histórico que no fue más que una estragema de algunos dirigentes comunistas en su pugna por la supremacía en el Partido, que marcó y costó la Vida a varias personas con nombre y apellidos.

Recordaba la intensa nevada que encontramos en diciembre del año pasado, el reducto de seguridad y bienestar que supuso “aislarme” allí junto con mis amigos. Algo así, elevado a la enésima potencia, les pasa a Inés y Galán, algo así debe de ser...

El Capitán Galán es un militar de izquierdas exiliado, fiel a sus principios y a su partido. Inés es la hermana roja de un dirigente falangista, de cuya casa en Pont de Suert (otro hito de tantas aproximaciones) ha logrado escapar, con dinero y provisiones, en busca de los suyos. Se conocen en la más angustiosa de las circunstancias: la guerra: el hambre, la sangre, la muerte de los seres queridos, el temor por la propia Vida. No obstante, el ímpetu de su rápido enamoramiento, que se irá convirtiendo en un amor profundo, les sumirá en un halo de irrealidad que les hará pasar “en volandas” (así decía yo de niña estar con mis amigos) sobre las dificultades, aferrándose con uñas y dientes a la supervivencia.

En estos primeros días Galán dudará de Inés y ambos querrán morirse antes que asimilar la decepción respecto al otro. ¡Devastadora la decepción! ¡Quién pudiera, como ellos, haberla vencido algunas veces! El capitán llega a bendecir la guerra, que le ha dejado sin país, pero le ha dado “una mujer en la que vivir. ¡Qué sentimiento tan hermoso! Supongo que eso es lo que me habría gustado ser, pero a mí no quisieron habitarme, al menos como se habita el hogar que se venera. Me enamoro de su amor, me sumerjo en él a falta de unos brazos que me aíslen aunque sea un ratito del constante pensamiento de la enfermedad, que calmen los nervios de la hipocondría (creo que Almudena Grandes me fue mucho mejor que la psicoterapia)

No sólo la trama y los personajes, sino también el lenguaje de Almudena Grandes cautiva y dan ganas de ponerse a escribir: su magistral dominio de la lengua, su estilo personal, las secuencias lúcidas, las frases hermosas... Una prosa bellísima que no pasaría de mera zalamería si no la secundara la profundidad de los caracteres y sentimientos, la rotundidad de los hechos y la meticulosidad de su trabajo.

Se me acaba el tiempo de esta tarde de nervios que una vez más las letras han sabido transfigurar en una brisa apacible tras los cristales del Ático, junto a mi petate listo y mi comida de régimen. Valga este modesto e improvisado agradecimiento a Inés, al Galán de mis sueños y a la excelente novelista.

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