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lunes, 29 de julio de 2013

LOS LIBROS DE MI CABECERA: "El corazón helado". INVIERNO DE NOVELAS LARGAS: ALMUDENA GRANDES (III)


Nevaba la tarde que me instalé en Becerril de la Sierra para disfrutar con mi peña ciclista el viaje de final de temporada. Mi compañera de habitación todavía no había llegado, así que después de recorrer el pueblo me tumbé plácidamente con Inés y mi capitán Galán tras los cristales. ¡Lástima que estuviera descompuesta y ya llevara una semana a la dieta blanda que todavía arrastro, porque ésos son los pequeños momentos que uno guarda en el sagrario de su corazón como tesoros!

En las últimas páginas de Inés y la Alegría, Almudena Grandes explica que inicia con esta obra su ambicioso proyecto de englobarla, junto con otras cinco, en la colección titulada "Episodios de una Guerra Interminable", por analogía y homenaje a los "Episodios Nacionales" de Benito Pérez Galdós, que descubrió de niña en la biblioteca que su abuelo tenía en un pueblo de Guadarrama: Becerril de la Sierra. Nevaba, tras los cristales del cuarto caliente se perfilaba la silueta de las durísimas montañas que recorreríamos los días siguientes, las mismas que Almudena oteaba al levantar la vista de las líneas de Galdós, como yo la levantaba de vez en cuando de las suyas para ver caer los copos. ¡Pese a lo prosaica que se ha vuelto mi vida, estas casualidades todavía me emocionan, quizá por eso puedo seguir subiendo montañas!

Es en otro pueblo de la sierra madrileña (Torrelodones) donde arranca El corazón helado. Raquel y Álvaro se conocen allí, en el entierro del padre de éste. Un verano de su infancia, Álvaro se hirió la pierna pedaleando con sus amigos hasta la presa de Becerril, por la que los ciclistas de BTTMoncada pasábamos todos los días de regreso a nuestro merecido descanso.

La estructura externa de la novela se divide en tres capítulos: 1.- El corazón. 2.- El hielo. 3.- El corazón helado. Apenas dos lexemas sintetizan la evolución de los sentimientos de los personajes, que mudarán y harán avanzar la trama conforme Álvaro vaya logrando desvelar incógnitas sobre el pasado de su familia.

La estructura temática conjuga magistralmente procedimientos de dos subgéneros narrativos: por una parte, la novela políciaca  (cuya intriga se consigue proporcionando al lector los datos de la historia a lo largo del relato en el momento y la dosis justos, se invierte el orden cronológico empezando por el final: la muerte); además, se trata de una novela generacional -como Cien Años de Soledad-, que se remonta cuatro generaciones en la familia de Álvaro y en la de Raquel -siete abarcan los Buendía de García Márquez-. Almudena Grandes le dobla la extensión (929 páginas) y nada tiene que envidiarle en cuanto a la maestría de su prosa ni de su trabajo (lo digo yo, que he venerado desde los 15 años al nobel hispanoamericano)

Cuando abrí El corazón helado no dudaba ya de que me acabaría cautivando. A lo largo del invierno había recuperado mis preferencias juveniles por los “libros gordos” y la avidez por devorar la obra de mis autores favoritos. No obstante, al principio tropecé una vez más con el ritmo lento, con la utilización del diálogo (de conseguido realismo) como recurso narrativo, con el desconcierto que produce la alternancia entre las historias de unos y otros personajes a lo largo del tiempo y del espacio. Pero, como ya ocurrió en mis anteriores lecturas de la autora, nada de lo que se cuenta resultará gratuito, sino pequeñas piezas pulidas que irán encajando a la perfección en el ingente puzzle de la trama.

Aunque esta novela no se incluye en los “Episodios...” (es anterior, aunque yo la haya leído con posterioridad), es recurrente el trasfondo de la Guerra Civil y el exilio, que marcan el carácter y el destino de una generación y sus descendientes, y originan el conflicto entre las dos familias. Los comunistas -después de tres novelas lo daba ya por descontado- son una vez más “los buenos”, o al menos los más “buenos”.

El corazón helado es, como las que comenté anteriormente, una bellísima y profunda novela. Ahonda más si cabe en lo sublime y en las miserias del ser humano, que habitan en cada uno de nosotros como matrimonios bien avenidos, que a veces disputan y nos revuelven los intestinos, las ideas, los sentimientos... Si alguna calificación merecen los personajes y las historias de Almudena Grandes, es la de “humanas”, profundamente humanas.

La enigmática Raquel tardó en despertar mi simpatía, aunque pude entenderla después. Como me pasó con Inés y Galán, me enamoré del amor entre ella y Álvaro, aunque en este caso es un amor que hará sufrir al brotar, como los primeros dientes, aunque no podríamos crecer sin ellos. También esta relación se inicia con una fuerte atracción sexual. Confieso que no comprendo cómo pueden enamorarse si comparten poco más que la casa (la cama) de Raquel y la comida en algún restaurante (en mis sentimientos siempre han pesado más los días que las noches) El sexo les lleva conocerse y fructifica en amor. Como Inés y Galán, en pocos meses Álvaro y Raquel ya no conciben su vida separados, no pueden soportarla. Me enamoro del amor de Almudena Grandes, en el que el otro, la relación, es algo por lo que merece la pena luchar, como se lucha por un ideal, por la más noble de las ideas, incluso -sin traicionarse nunca a uno mismo- por encima de ellas.

Me enamoro del amor de Álvaro, que pelea hasta la extenuación para continuar su vida junto a Raquel. Álvaro deja una familia (mujer e hijo) con los que ha sido dichoso; se enfrenta a su madre y a sus cuatro hermanos, llega a pegarse con el mayor, y tiene que reestructurar en los esquemas de su corazón la memoria de su padre, que no fue una buena persona pero a quien no puede evitar seguir queriendo como hijo. Julio Carrión (el padre), marcado por la pobreza y el desamor en el que la Guerra Civil le obligaron a vivir, fue un oportunista, un chaquetero, un mentiroso, un traidor, que no reparó más que en enriquecerse sin límites y en que su prole no conociese la miseria. Y es Raquel -cuya familia fue la víctima más sustanciosa de Julio- quien hace estallar el detonante de la dolorosa investigación que Álvaro emprende en la historia de sus antepasados y en su propio interior. Y es para quedarse con Raquel, que tampoco carece de defectos, que también ha mentido y traicionado para enriquecerse a costa del anciano Julio Carrión, que involuntariamente provocó el infarto que le causó la muerte, que antes de conocer a Álvaro y enamorarse de él siguió jugando con sus descendientes para sacar más beneficio, es por estar junto a Raquel con todo lo que es por lo que Álvaro elige recorrer el camino más difícil.

En estos tiempos en los que me fallan las fuerzas que otrora rebosé, sigo admirando este valor, esta lucha, por encima de muchas otras virtudes. Mientras leo los últimos capítulos, recuerdo haber apretado los párpados y los dientes gritando en silencio: “¡Lucha! ¡Lucha por mí!”. Pero yo no soy un personaje de novela; ¡recuerdo haber llorado tanto no haber valido la pena! Hace tiempo que he olvidado la decepción que hiela el corazón.

miércoles, 17 de julio de 2013

LOS LIBROS DE MI CABECERA: INVIERNO DE NOVELAS LARGAS (II): ALMUDENA GRANDES: "Inés y la Alegría"


No recuerdo exactamente a qué altura del invierno la abordé, o si era ya primavera. Supongo que ya habría enfermado y buscaba una elección rápida y garantizada, en cuya profundidad sumergirme hasta olvidar mis propias circunstancias. Así se hicieron llevaderas mis horas de adolescencia dentro de la casa (nunca olvidaré la voracidad con que leí Carolina Querida de Cecil Saint-Laurent y el desamparo que sentí cuando terminó)

Casualmente, Inés y la Alegría tenía el mismo número de páginas: setecientas y pico, extensión que por las obligaciones de la cotidianeidad adulta hace años que dejé de frecuentar. Todavía la extrañaba cuando empecé esta novela, quizá por eso me impacienté con lo que al principio consideraba digresiones de la autora.

En Almudena Grandes, nunca lo son. Aunque parezca ir a marcharse por derroteros que no vienen a cuento, la “carpintería” -diría García Márquez- de la autora está tan finamente trabajada que, lo mismo da si son las 400 páginas de El lector de Julio Verne o las más de 900 de El corazón helado, cumplirá la máxima de Cortázar para el cuento perfecto: la trama es desde el principio una flecha certera que apunta al final.

Así pues, de la Inés del título nada sabremos hasta el tercer capítulo. El relato empieza introduciéndonos en la intriga política interna del Partido Comunista Español en el exilio. Los rasgos discursivos son más propios de un texto informativo que de una novela, excepto quizá los guiños con que el narrador omnisciente se permite juzgar a los personajes, por el momento figuras históricas como La Pasionaria y otros cargos menos conocidos del partido. Así pasé más de 50 páginas con la mosca detrás de la oreja, porque no era esta precisamente la narración que buscaba, que en aquellos momentos necesitaba. Me pregunto cuántos lectores habrán cometido el error de desistir aquí.

En los capítulos posteriores alternarán las peripecias del Capitán Galán y de Inés durante la Guerra Civil, hasta el momento en que ambas historias confluyan para siempre en un pueblecito del Valle de Arán (Bossost) por el que he pasado algunas veces en mis viajes de Montaña. Nunca había oído hablar de la fallida invasión desde Francia con la que los exiliados pretenden reconquistar la España franquista, episodio histórico que no fue más que una estragema de algunos dirigentes comunistas en su pugna por la supremacía en el Partido, que marcó y costó la Vida a varias personas con nombre y apellidos.

Recordaba la intensa nevada que encontramos en diciembre del año pasado, el reducto de seguridad y bienestar que supuso “aislarme” allí junto con mis amigos. Algo así, elevado a la enésima potencia, les pasa a Inés y Galán, algo así debe de ser...

El Capitán Galán es un militar de izquierdas exiliado, fiel a sus principios y a su partido. Inés es la hermana roja de un dirigente falangista, de cuya casa en Pont de Suert (otro hito de tantas aproximaciones) ha logrado escapar, con dinero y provisiones, en busca de los suyos. Se conocen en la más angustiosa de las circunstancias: la guerra: el hambre, la sangre, la muerte de los seres queridos, el temor por la propia Vida. No obstante, el ímpetu de su rápido enamoramiento, que se irá convirtiendo en un amor profundo, les sumirá en un halo de irrealidad que les hará pasar “en volandas” (así decía yo de niña estar con mis amigos) sobre las dificultades, aferrándose con uñas y dientes a la supervivencia.

En estos primeros días Galán dudará de Inés y ambos querrán morirse antes que asimilar la decepción respecto al otro. ¡Devastadora la decepción! ¡Quién pudiera, como ellos, haberla vencido algunas veces! El capitán llega a bendecir la guerra, que le ha dejado sin país, pero le ha dado “una mujer en la que vivir. ¡Qué sentimiento tan hermoso! Supongo que eso es lo que me habría gustado ser, pero a mí no quisieron habitarme, al menos como se habita el hogar que se venera. Me enamoro de su amor, me sumerjo en él a falta de unos brazos que me aíslen aunque sea un ratito del constante pensamiento de la enfermedad, que calmen los nervios de la hipocondría (creo que Almudena Grandes me fue mucho mejor que la psicoterapia)

No sólo la trama y los personajes, sino también el lenguaje de Almudena Grandes cautiva y dan ganas de ponerse a escribir: su magistral dominio de la lengua, su estilo personal, las secuencias lúcidas, las frases hermosas... Una prosa bellísima que no pasaría de mera zalamería si no la secundara la profundidad de los caracteres y sentimientos, la rotundidad de los hechos y la meticulosidad de su trabajo.

Se me acaba el tiempo de esta tarde de nervios que una vez más las letras han sabido transfigurar en una brisa apacible tras los cristales del Ático, junto a mi petate listo y mi comida de régimen. Valga este modesto e improvisado agradecimiento a Inés, al Galán de mis sueños y a la excelente novelista.

miércoles, 10 de julio de 2013

LOS LIBROS DE MI CABECERA: INVIERNO DE NOVELAS LARGAS (II): ALMUDENA GRANDES: "El lector de Julio Verne"


Fue durante una de esas interminables tardes de evaluaciones cuando, trasteando en los ordenadores, conversé con un compañero sobre las lecturas que más nos habían gustado recientemente. Junto con otro par de libros, me habló de las dos novelas con que Almudena Grandes había iniciado la serie “Episodios de una guerra interminable” (en homenaje a la admirada obra de Galdós)

Tanteé a Almudena Grandes en mis últimos años de carrera (Las edades de Lulú, Te llamaré Viernes), cuando yo era una lectora ávida de conocer cuanto se cocía en el panorama literario (y subliterario) nacional e internacional, clásico o vanguardista, presente, pasado o futuro... La autora, que apuntaba una carrera exitosa, no se consagró santo de mi devoción (como algunos otros autores cuya tendencia bauticé como “novela gris”, no por su falta de calidad, sino porque de ese tono me parecía el carácter de sus personajes y de sus paisajes)

En lugar del orden cronológico en el que fueron escritas, abordé primero la novela de Almudena Grandes que más le había gustado a mi compañero: El lector de Julio Verne. Sin desmerecer las dos que leí a continuación (Inés y la alegría, El corazón helado) , también a mí me parece la más lograda, una de las mejores que he leído en los últimos años.

Si bien resulta difícil sorprenderse ante un tema tan manido como el de la Guerra Civil Española, lo primero que nos impacta en este relato es el punto de vista elegido por la autora: el de un niño -que evoca por su edad y correrías al Mochuelo de El Camino-, hijo de la humilde familia de un guardia civil destinado en un pueblo al pie de la sierra andaluza. La acción se focaliza así desde dentro del cuartel, mostrándonos la miseria de quienes creíamos victoriosos, difuminando las fronteras entre “vencedores” y “vencidos”, entre “buenos” y “malos”, víctimas unos y otros del horror de una guerra que preside la cotidianeidad de todos los hogares, los montes, las calles, y parece -en palabras de la autora- no ir a terminarse nunca. En esto se diferencia esta novela de las otras dos, en las que los comunistas serán indiscutiblemente los héroes, héroes de carne y hueso si bien.

Otro de los magistrales aciertos de la autora -común en este caso a las tres obras- es la rigurosa documentación sobre los espacios y tiempos en los que discurren los hechos. En El lector de Julio Verne, los apodos de los personajes forman parte de esta ambientación, así como de la caracterización de los mismos, y dejan mella en la memoria del lector: Saltacharquitos, Mediamujer, Regalito, Fingenegocios...

El último punto que destacaré -reseñas sobre estas novelas hay a patadas-, el que me cautivó para siempre como lectora, es la integridad de los protagonistas, la profundidad de su carácter y de las relaciones que entre ellos se establecen. Emociona en El lector de Julio Verne la amistad entre Nino -el niño que focaliza el relato- y Pepe El Portugués.

Y eso que -aunque se escribieron antes- todavía desconocía el amor entre Inés y Galán (Inés y la Alegría), entre Álvaro y Raquel (El corazón helado)
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